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Mad Warrior

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¡Quiero Vivir! ¡Quiero Vivir! 27-05-2024
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La infame, la mujer de mala vida Barbara “Bloody Babs“ Graham, una desgraciada desde que nació y cuyo final no podía ser bueno.
¿Se lo mereció? Tal vez, o tal vez no. Tal vez valió la pena suplicar un poco por su nombre o por el contrario dejar que su cuerpo se pudriera en la cámara de gas. Nunca lo sabremos...

Susan Hayward, una de aquellas mujeres todoterreno del Hollywood clásico y acostumbrada a los papeles más amargos, se mete tan a fondo en la piel de la condenada que incluso podría convencer a un jurado de su inocencia. Su forma de arrugar el rostro y retorcer su cuerpo al escuchar el mortal veredicto del juez también consigue retorcer tu estómago; y es que el caso del robo y salvaje asesinato de la anciana viuda Mabel Monohan invita a la reflexión. Quienquiera que fuera el culpable no se merecía otra cosa que la condena a muerte, sin discusión.
La culpabilidad de Graham fue demostrada, aun así, por testimonios de delincuentes y miserables, así que ahí queda la duda; el testimonio de un individuo no tiene por qué ser cierto, pero el pasado de la mujer ayudó a destrozar toda credibilidad, así que lo que “Quiero Vivir“ ofrece no es en realidad un relato ficticio, como tanto se afirma, sino el retrato de una vida desde una perspectiva y una intención: plantear otra hipótesis. Robert Wise se atreve, como cineasta comprometido que era, a abordar una vez más un asunto real y espinoso, pero dejando atrás todo lo referente a la dura infancia y peor adolescencia de Graham, desechando así el guión inicial propuesto por Don Mankiewicz...

No hay así repaso por su vida. El único prólogo lo proveen las palabras del periodista Edward Montgomery, asegurando que lo que vamos a presenciar es real y defendiendo claramente su postura en contra de la pena de muerte, la principal preocupación de esta película. Wise nos presenta a Graham desde los lugares en los que se movía después de dejar atrás a dos hijos y fracasar en otros varios matrimonios, lugares llenos de humo, sudor y “jazz“ que filma con un dinamismo y vitalidad más propios de un joven director europeo que de un veterano criado en el sistema de estudio tradicional.
Este modernismo lo remata Hayward con su salvaje actuación, y es que describir con palabras su recreación de la famosa criminal es algo imposible. Durante esta 1.ª parte de la trama vemos cómo esta señora, a pesar de ser una amante de la indecencia y la inmoralidad, es también alguien que se mete en problemas por culpa de su falta de juicio y su facilidad para plegarse ante los hombres, y esto determinará su destino. Es decir, es casi una víctima, porque intenta cambiar casándose de nuevo y teniendo otro hijo, pero su marido es un violento drogadicto y las cosas se vuelven a torcer...

Todo eso no se muestra, se resuelve, algo pésimamente, con una elipsis abrupta; y mucho más tarde, cuando ya ha regresado a sus habituales círculos de malas compañías, el famoso asesinato de la sra. Monohan también queda oculto al espectador. Por supuesto, Wise no lo enseña, su intención es hacernos sospechar: ¿está o no Graham implicada? Las pesquisas que hizo Hayward la llevaron a la certeza de que, en efecto, ella sí participó en el crimen, pero el guión sólo se queda en la duda, y aprovecha para arremeter contra aquellos que la condenaron sin saber realmente la verdad.
No se muerde la lengua el director a la hora de exponer a una prensa ávida de noticias, cuales buitres al acecho de carroña, a unos medios de comunicación tan exageradamente extremistas que se roza la parodia, a unos funcionarios de la ley dispuestos a todo para arrancar una confesión. Sin embargo no hay investigación del crimen como tal, la historia se observa siempre desde la mirada de la protagonista, encerrada, acusada, abandonada y asfixiada por todos, y la actriz es la fuerza impulsora de que, al acercarse más la terrible sentencia, sintamos una compasión y una lástima que tal vez a la verdadera Graham le sería imposible transmitir...

A partir de aquí disminuye el ritmo, la intriga y los retazos de cine negro se van diluyendo. La mujer da con sus huesos en la cárcel y la historia se cuenta desde ahí, entre los muros de una atmósfera opresiva y por otra parte siguiendo el proceso del drama judicial, con algunas jugadas maestras en cuanto a sorpresas en el argumento, como la trampa del policía, que le costó a Graham su ya de por sí débil credibilidad, o el cambio de parecer en ese periodista y su empeño en ayudarla, una especie de pequeña redención para la prensa y también para los dedicados a la ley.
Si Wise daba voz al criminal desesperado en “Apuestas contra el Mañana“ aquí lo hace en un sentido más amplio a través de una mujer cuya sociedad hipócrita (los telediarios y periódicos adoptan una postura conservadora pero a la vez sensacionalista sólo por la mera ambición) la condena más por su pasado y su comportamiento que por la certeza de su participación en el asesinato. No se puede exculpar a Graham de algunas cosas (es mentirosa, viciosa, inmoral, irresponsable y muy estúpida, pero no una asesina psicótica, como argumenta Palmberg). Por esto anteponerse a la pena capital es esencial en el guión, porque se aplica sin auténtica razón.

Yo seguiré defendiendo que la pena capital es muy necesaria en esta sociedad para apartar a la escoria que amenaza nuestras vidas...pero siempre y cuando exista una certeza y razón de peso.
¿La hubo para sentenciar a Graham aquel 3 de Junio de 1.955? ¿Sí? ¿No? Esa es una de las mayores habilidades del film: dejarnos en la corrosiva incertidumbre.


Beijing Watermelon Beijing Watermelon 27-05-2024
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Extrañamente similar. Sólo un caracter cambia en la palabra “amistad“ traducida al japonés y al chino: “情“ en japonés, que se refiere a un sentimiento y “谊“, en chino, que se refiere a la sensación de la amistad.
Pero no hay mucha diferencia. Esta unión es fuerte, y la separación tan enorme entre ambas culturas puede estrecharse, algo que bien sabe Shunzo Horikoshi.

El productor Kaneo Kawanabe contó su conmovedora y desde luego increíble historia a Nobuhiko Obayashi, la de ese humilde vendedor de Funabashi al que un simple duelo de “piedra-papel-tijera“ con un joven estudiante chino, que apostó llevarse una bolsa de verdura a más bajo precio si ganaba, casi le cuesta su negocio, su matrimonio y su hogar. ¿Quién podría imaginarse algo así? Esto sucedió a comienzos de los “80 cuando Japón estaba empezando a salir de la crisis y a vivir una era de prosperidad económica tan grande como efímera, pero los precios no tenían comparación con ningún otro país de Asia, al menos no con China.
“Esto cuesta allí 10 yenes“, reprendió el estudiante al vendedor cuando vio la pieza de verdura a más de 500 yenes; el director, como de costumbre, fue en busca de la verdad, filmó en un local abandonado a pocos metros del auténtico, “Yaoharu“, y decidió que la única manera en que podía contarse la historia era acercarse a la ficción documental, sin abandonar el estilo cinematográfico. “Pekin no Suika“ fue única en su carrera por varias razones, y en especial por la técnica de introducir a numerosos personajes en el mismo plano interaccionando al mismo tiempo; esto unido a los colores de la “nostálgica“ fotografía de Shigeichi Nagano da al film un toque único.

Haruo “Bengaru“ Yanagihara, habitual de Obayashi, y Masako Motai, se ponen en la piel de los Shunzo y Michi reales y la cámara se adentra en su humilde núcleo familiar, con dos hijos (Yasufumi Hayashi, que nunca puede faltar, y la aún muy joven modelo Harumi Oshima), y social (la secuencia en el izakaya con todos los actores hablando es uno de tantos momentos en que la improvisación fue clave para establecer la atmósfera de la historia). El joven Li duda entonces frente a las verduras de la tienda, y Michi hace bien en percibir una extraña sensación de agobio, de inquietud...
Si bien esta historia no podría ser más simple en términos narrativos su profundidad emocional es tan poderosa que puede desconcertar fácilmente, y causar la esperada reacción de desprecio hacia esos estudiantes que llegan de la nada e invaden la vida del pobre Shunzo, un idiota que se deja embaucar, por su manipulación disfrazada de amabilidad y autocompasión. Lo que él ve es a una joven y prometedora generación incapaz de abrirse paso en un país hostil como es el Japón de los años “80, donde el crecimiento económico propio es lo esencial, el mismo Japón que décadas antes sometió a China y nunca pidió disculpas. El Japón que ha crecido gracias a otros países.

Así que, el tono cálido y luminoso del principio se va retorciendo hasta convertirse en un oscuro drama alimentado por la terquedad del protagonista, que poco a poco se olvida de su propia existencia y se entrega en cuerpo y alma a Li y a sus compañeros, y por las tensiones dentro de su hogar; la rabia, la desesperación por culpa de esta “fiebre china“, como la llaman los amigos de Shunzo, son inevitables, y la incapacidad para entender muchas situaciones derivadas de ella provoca una desagradable insatisfacción. Porque lo que queremos ver es a la esposa rebelándose y echando al imbécil del marido de casa, o al hijo rompiéndole los dientes, pero esto no sucede...
Se podrían haber dramatizado los hechos o cambiado ciertas cosas, pero Obayashi quiso retratar la realidad, sin embargo la realidad puede ser más caótica e incomprensible que la ficción, y lo inesperado sucede, y Michi, los demás personajes y el propio público, que tanto estaba de su parte, tienen que tragarse las palabras porque todo se revuelve y los que antes parecían aprovecharse son ahora los que dan. La situación nos lleva la límite para luego sorprendernos con una gran muestra de generosidad recíproca y de amistad inquebrantable pese a las diferencias culturales y lo que ha sucedido...

“Debido a los comentarios de los estudiantes sobre los inconvenientes de la sociedad japonesa muchos me criticaron por realizar un film pro-China...“, dijo Obayashi, “...pero la generosidad japonesa a través de este hombre anónimo es lo más importante, lo que mueve la historia desde el principio“. Shunzo siempre obraba por una buena causa, de ahí que fuese llamado por los periódicos (esto aparece en la película) “El hombre que unió a China y Japón“ (en mi opinión no estoy a favor del desprecio al extranjero que pide ayuda, claro...pero tampoco del autosacrificio para ofrecerla ni mucho menos del sacrificio de mis seres queridos...).
Un detalle algo más peliagudo define el afán de experimentación de Obayashi: su equipo planeaba viajar a Beijing y filmar en los lugares donde el matrimonio real se reunió con los estudiantes, ya en buenos puestos de trabajo...pero en ese momento se estaban produciendo por todo el país las protestas contra la tiranía del Gobierno, dando lugar a las tristes masacres de Tiananmen. No quedó más remedio que rodar en los estudios de Shochiku, y así se revela ante nuestras narices; Yanagihara deja su papel y habla al espectador sobre lo que está ocurriendo, nos enseña los decorados, las cámaras, incluso Obayashi se persona en el set.

Esta maniobra de metaficción desconcertó a todos y desagradó a otros tantos, ya que, y en eso estoy de acuerdo, rompe por completo con el tono de la historia, con la sensación de realidad en la que tanto se recreaba aquél.
Una cosa así siempre resulta fascinante de ver, pero esta no era la obra adecuada para ponerlo en práctica. Poco importó, ya que “Pekin no Suika“, gracias a su mensaje y grandes interpretaciones (Motai, magistral), terminó convirtiéndose en uno de los mayores éxitos del cine japonés en los “80.


Casting Blossoms to the Sky Casting Blossoms to the Sky 25-05-2024
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22:30. 1 de Agosto. El llamado “crisantemo blanco“ ilumina el cielo de Nagaoka, su brillo tarda en desaparecer y la oscuridad lo envuelve todo antes del segundo disparo.
Estos segundos entre la oscuridad y la luz son vitales para los habitantes de la ciudad que asisten a este ya histórico festival...

Esa noche de 2.009 Nobuhiko Obayashi está junto a su esposa Kyoko maravillado con el impresionante espectáculo. “¿Por qué serán tan especiales estos fuegos artificiales?...“, piensa, “...¿por qué las pausas entre cohete y cohete, por qué la fecha del festival, son tan distintas del resto de festivales en Japón?“. El alcalde, Tamio Mori, sentado cerca de él, le pregunta “¿Puedes ver el alma que hay detrás de esto?“. Y como una explosión, siente algo arder dentro de su propia alma; al día siguiente se dispone a investigar sobre el tema y lo que encuentra va más allá de su suposición.
Encuentra un evento, una ciudad y unos habitantes con una enorme y conmovedora historia, y decide que debe mostrárselo a todo el mundo. Este será el comienzo de su tan aplaudida saga anti-bélica, “Nagaoka Hana-bi Monogatari“, donde se regresa al horrible acontecimiento que originó el festival (si bien ya existía décadas antes), y es que parece ser que sólo Hiroshima y Nagasaki figuran en el pensamiento colectivo occidental como las únicas ciudades destruidas por las bombas norteamericanas...sin embargo, unos días antes, todo Japón ya estaba siendo incendiado hasta los cimientos. Sobre Nagaoka cayeron 160.000 bombas y murieron más de 1.400 habitantes en un margen de tan solo 100 minutos...

Y hoy en día muchos de los que sobrevivieron a aquel infierno son incapaces de contemplar dicho festival, ya que los cohetes se lanzan a la misma hora que fueron destruidos sus hogares. ¿Pero por qué Nagaoka?, ¿el azar o tal vez debido a que el responsable de los ataques de Pearl Harbor, el comandante Isoroku Yamamoto, era nativo de allí? En este mundo aparte, nos introducimos de una forma muy peculiar: a través de los ojos de una extranjera, la periodista Reiko, a quien el director usa para guiar al espectador...pero yo no sabría decir si es una maniobra inteligente, adecuada o demasiado cliché.
Y es que todo lo referente al motivo de su viaje parece una excusa, una patraña mal escrita que despista y ofrece falsas promesas: el ex-novio de la mujer, Kenichi, resulta ser profesor de un instituto de la ciudad, y le pide por carta visitarle para asistir al legendario festival. Hasta aquí el motivo. Lo realmente importante es lo que se desarrolla y cómo: Obayashi, que lleva años sorprendiendo con su estilo imaginativo, nunca se ha revelado tan fresco, audaz, tan libre visual, formal, narrativa y temáticamente. La razón es que filma con cámaras digitales por primera vez, y esta libertad que desde siempre le ha caracterizado se dispara hasta lo indescriptible.

La trama en sí se detiene, se precipita al pasado, vuelve al presente, se mezcla con la fantasía y domina la intención documental del mismo modo que en, por ejemplo, “Riyu“, ya que se construye poco a poco con los testimonios de numerosos personajes, pero en este caso hablamos de personas reales, de los propios ciudadanos que, interpretados por brillantes actores, comparten sus recuerdos, sus miedos, sus traumas. Sus vidas se desnudan. La exposición de Obayashi, siempre desde el punto de vista de Reiko (aunque Shiho Fujimura aporta muy poco ya que es una mera espectadora de los hechos), es absoluta.
El corazón y el alma de Nagaoka se desnudan, y no sólo se nos narran los tristes eventos de 1.945, sino que, en boca de personajes concretos, viajamos hasta los tiempos feudales de la ciudad, sus ancestrales orígenes, mientras el guión conecta sabiamente todos los desastres que ha padecido la nación, haciendo hincapié en algo particular: la similitud que tuvo la guerra para la generación de entonces y el terremoto de 2.011 para la generación actual. Motivo importante en su saga anti-bélica: unir a ambas generaciones a través de la pérdida, pero también del esfuerzo por reconstruir y concienciarse para que el día de mañana no sucedan más catástrofes.

Los otros dos motivos del film, que precisamente se vio interrumpido por culpa del susodicho terremoto, son: la famosa frase que se va repitiendo a lo largo de la historia cual mantra, del artista Kiyoshi Yamashita (quien homenajeó a Nagaoka en varias de sus pinturas), y la obra de teatro conmemorativa que ha escrito la precoz y algo peculiar estudiante Hana (Minami Inomata), en la que, cual reflejo de la producción de Obayashi, participan todos los habitantes. Éste, por su parte, va tan lejos que incluso nos mete en las mismísimas tripas de uranio de las bombas que cayeron sobre la ciudad...
En realidad Reiko, a la que nunca veremos reencontrarse con Kenichi (de ahí que el punto de partida sea una estupidez), es un álter-ego del cineasta, que no pudo sino sentirse abrumado y sorprendido al ir descubriendo poco a poco la leyenda tan rica, llena de tristeza, y a la vez de esperanza, de Nagaoka. Cuando llega el momento de la esperada obra de teatro y de los fuegos artificiales ya lo hemos aprendido todo, nos hemos hundido en las raíces de esta ciudad, hemos investigado en las vidas de muchas personas, somos parte de ellas; Obayashi quiere que su público, y sobre todo el joven, comprenda la guerra para asegurarse un buen futuro.

Tras esta gran experiencia, regada con la preciosa música de Jo Hisaishi, también aprenderemos el significado tras el clásico signo de “paz“ que los japoneses hacen cuando se toman una foto y lo malo que resulta ser igual que el signo de la “victoria“, y que los fuegos artificiales no son sólo cohetes en el cielo.
Cuando los cohetes de Nagaoka se disparan se hace por un padre, una madre, un marido, un hijo, un amigo que cayó en aquel momento terrible. El sonido es especialmente atronador y poderoso, igual que el mensaje que con tanto esmero ha transmitido el director...


Las Ratas del Desierto Las Ratas del Desierto 25-05-2024
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La propaganda alemana les llamó en broma “Las Ratas de Tobruk“...
sin embargo estas ratas soportaron una dura campaña de ocho meses para evitar que el puerto, vital para la llegada de suministros, cayera en manos enemigas.

El lugar, que vio con éxito la retirada del teniente general gracias a una combinación de divisiones australianas, indias, británicas y polacas, no resistió por desgracia ante una ofensiva lanzada algo más tarde por tropas reabastecidas y terminó rindiéndose en Junio de 1.942, aunque antes de esta amarga derrota para el curso de la campaña de África existió aquel pequeño instante de orgullo. No se puede decir que Richard Murphy supiese trasladarlo con demasiada fidelidad a las páginas de un guión que formaba parte de una estrategia con intenciones maliciosas: “El Zorro del Desierto“ se convirtió en un curioso éxito donde se retrató a un enemigo de una manera humana y hasta favorable, inusual teniendo en cuenta que la producción era hollywoodiense.
Las malas críticas vertidas debido a esto, y la posibilidad de aprovechar el tirón comercial, dio pie a que 20th Century Fox organizara otra de nuevo protagonizada por Rommel pero centrándose en los aliados (pese a que no era la primera vez que se hablaba de la gesta de las divisiones de Tobruk en el cine...). La urgencia del accidentado rodaje, que vio varios retrasos, relevos de directores y de protagonistas, parece extrapolarse al mismo film; “Las Ratas del Desierto“ cuenta con una gran baza: se desarrolla rápido, es concisa y va al grano, incluso (para incomodidad del público) un narrador omnisciente a modo de periodista o profesor narra los hechos históricos de fondo hasta el instante en que se nos sitúa en el escenario.

Un recurso tópico y torpe, que nadie pidió, y que se irá repitiendo de vez en cuando...de todos modos, si no se le tiene muy en cuenta, la acción puede ser disfrutada. Sorprende ver al gran James Mason de nuevo en la piel del teniente general, pero ahora desde una perspectiva más maniquea, simplemente cumpliendo su función como enviado de Hitler, un hombre arisco y ambicioso que quiere deshacerse de los aliados y tener la pequeña resistencia de Tobruk en sus manos...y que es tratado de mariscal de campo en lugar de teniente general. No será este el único error histórico que cometa el guión, ya que en una decisión un tanto extraña sitúa a un capitán británico al frente de las brigadas de Tobruk.
Éste, un joven Richard Burton cumpliendo su contrato con Fox, no quedó satisfecho con el papel. Tenemos que superar estas barreras de ataque a la veracidad: nunca hubo un MacRoberts en la batalla, y el personaje al que da vida Robert Douglas debería ser reconocido como Leslie J. Morshead, el general al mando en Tobruk, pero no sucede; aún más desconcertante es que la historia empiece en ese cuartel de cartón-piedra poniéndonos al corriente de unas estrategias para combatir a los alemanes que jamás existieron...pero aún más, si cabe, es que los únicos aliados que aparecen aquí son los soldados de la 9.ª división australiana, como si fuesen los únicos que lucharon contra Rommel.

Al menos siguen siendo australianos, no estadounidenses, sólo hubiera faltado eso. Robert Wise, tras la retirada de Samuel Fuller, se pone tras la cámara y filma con su particular brío, ritmo y una inclinación a la espectacularidad mientras el general alemán queda relegado a una figura implacable, los pobres soldados de Tobruk se llevan nuestra simpatía y la trama utiliza casi como pretexto la amistad del ficticio capitán británico y un soldado (Bartlett) que fue su antiguo maestro de escuela. Así que por encima del atractivo de Burton sobresale la humana interpretación de Robert Newton, convertido en un cobarde alcohólico que sólo desea ser útil en la dura batalla.
La relación entre los hombres y cómo sobreviven a cada ataque es importante aquí, a pesar de que nada libra al argumento de los clichés, pero si algo es esta película ante todo es una aventura bélica de primer orden y a la antigua usanza. A veces usando imágenes de archivo, Wise se dedica a ponernos contra la tierra del desierto californiano, que finge ser el africano, y hacernos tragar la arena, la metralla, la pólvora y hasta los casquillos; especialmente memorables son las secuencias de la primera batalla en mitad de una tormenta de arena y con los Panzer acorralando a los soldados en las trincheras.

Pero la 2.ª parte de la historia toma unos caminos un tanto confusos. Por un lado se propone la destrucción de un depósito de municiones, lo cual tampoco sucedió en la realidad; y esto, que podría haberse extendido hasta el final con intensos y largos cara a cara entre Rommel y MacRoberts y surgir una heroica operación de rescate, sólo ocupa un pequeño espacio en la película. Por otro la acción se precipita un poco descontrolada hacia el último tramo; ojalá el guión se hubiese tomado mucho más tiempo y de manera más sobria mostrando realmente la agonía de los soldados al tener que aguantar más meses de los que debían en un principio contra los alemanes.
Por último no se presenta una actitud derrotista ante el público; aunque Tobruk cayera, aquí, y mediante un colofón ridículo que parece sacado de una serie matinal familiar, prevalece el júbilo de los que resistieron hasta que los británicos hicieran su esperada aparición. “Las Ratas del Desierto“ tiene bastantes cualidades en el lado de la aventura y la acción para agradar al fan del género...sus clichés, tropiezos argumentales y errores históricos la dejan por debajo de otros clásicos; de hecho en el momento de su estreno provocó incluso más críticas negativas que la de Hathaway.


Mother Mother 21-05-2024
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Porque ser mujer en su realidad, es una desgracia. Sólo hay dolor, culpas, obligaciones y avatares. Tamiko lo sabe muy bien. Las desgracias se han extendido en su familia, esa es su gran carga, pero al menos, si algo puede hacer, es crear una vida, y soportarlo con coraje; para eso nació, para soportar.
¿Aún queda esperanza?

Kaneto Shindo se pregunta una vez más, y para no variar, sobre la condición de la mujer en la sociedad de su tiempo; con la Kindai Eiga Kyokai de nuevo a flote gracias al milagro de “The Naked Island“, éste sigue incansable sin dejar sus métodos tradicionales de producción, y para la presente se establece en un salón público de Hiroshima junto a todo su equipo, cual comuna, viviendo con el mínimo posible ya que el presupuesto y los medios, como de costumbre, son precarios. La ciudad le presta una ayuda vital que se refleja en la historia.
“Haha“ contará la historia de una ciudad, sí, pero iniciada desde una mirada, la de Tamiko (no podía ser otra que Nobuko Otowa, claro), quien durante los primeros minutos se expone ante nosotros sin ninguna restricción, del mismo modo que la pareja que apasionadamente se besa en la habitación del hospital y es observada por ella desde lejos. El abatimiento en su cara refleja un gran anhelo, el de ser otra persona; su visita es a causa de su hijo pequeño Toshio, diagnosticado con un tumor cerebral que le está dejando ciego y para el que hay pocas esperanzas, o tal vez ninguna. A partir de aquí nos metemos dentro de la cabeza de la madre, que experimenta una crisis cuya importancia se mantendrá en suspenso.

Una vida de la que sabremos muchas cosas ya que se nos contará de muchas maneras: a base de recuerdos, de conversaciones, de revelaciones de segundos personajes a terceros; la película toma una forma origami y se abre continuamente. Tamiko procede de una estirpe que regresa al pasado del director, y del mismo modo que su padre llevó a la ruina la hacienda por culpa de sus deudas aquí también hay un padre ausente que abandonó a la familia en el peor momento y además fue infiel a su esposa; dando vida a la madre de Tamiko, Haruko Sugimura, en cada pliegue de su rostro y en cada mirada, refleja una dolorosa insatisfacción, un pesar asfixiante.
El espacio dentro de su hogar es minúsculo, y siempre queda desplazada a un rincón, desde el cual expulsa sus penas como un veneno; Tamiko es su completo opuesto, no se llegó a atar a sus dos anteriores maridos y prefirió vivir sola con su hijo, pero mucho de ese pesar y desprecio familiar han germinado dentro de ella. Así, de vez en cuando, Shindo cruza la línea y nos hace escuchar sus deseos interiores, deseos de destrucción y asesinato de una mente en proceso de desequilibrio; por desgracia todo queda en eso y nunca se profundiza más de allá del mero deseo.

La voz de Sugimura, repitiendo a esas desagradables madres conspiradoras y desconfiadas que ya encarnó para Ozu, no oculta los secretos de la vida de su hija (en realidad se los cuenta a un nuevo pretendiente, interpretado por otro obligatorio de Shindo, Taiji Tonoyama), y cómo ésta empezó a quebrarse desde el nacimiento de Toshio. Aquí primero el matrimonio y luego el embarazo parecen ser piedras a la espalda de la mujer, que ya queda marcada por ambos; sin corresponder al amor que le brinda su ya tercer marido, Tajima, Tamiko está devorada por un anhelo absoluto.
Anhelo de poder ser libre de la carga de su hijo, de poder amar como otras mujeres hacen, de una independencia económica que no la rebaje al poder de otro hombre, pero los suburbios de Hiroshima no es el lugar adecuado para soñar, y si algo distingue a Tamiko es que sueña por encima de sus posibilidades; Shindo nos pone en esta tesitura a partir de la cual es difícil aceptarla de un modo transparente: por un lado exige dinero a una madre que subsiste a duras penas, no muestra cariño por un hombre bondadoso que ha pagado la operación de Toshio, quiere comprar a éste caprichos y llevarle a una escuela a sabiendas del poco tiempo que le queda...

Pero por otro lado ella trabaja duro cada día y todo eso que desea es para su hijo. La situación con el piano eléctrico que le compra con el dinero de su hermano Haruo sin consultar a Tajima es el mejor ejemplo de cómo pone inconscientemente su deber de madre por encima de su estatus social de clase baja, rozando la pobreza, y también de cómo Shindo, algo un tanto inusual en él, brinda a la protagonista la oportunidad de gozar de un ambiente familiar agradable (a pesar del físico poco agraciado de Tonoyama, su personaje está lejos de los tipos abusivos que se acostumbró a interpretar).

Un arma de doble filo, la culpa la obliga a ser complaciente con su marido, aunque ella, violada por el primero (esto se intuye) y cuyo fruto de ese acto fue Toshio, es incapaz de sentir ninguna pasión; estas posturas contrastan durante las escenas en que la pareja se prepara para hacer el amor: mientras para ella el acto sexual es un ritual frívolo y obligatorio los primeros planos de sus manos, piernas y pecho empapados en sudor representan el punto de vista de Tajima. Y es que la trama no sólo se centra en Tamiko y Toshio, Shindo se interesa por las vidas íntimas de múltiples personajes (vemos los recuerdos y escuchamos los pensamientos de varios protagonistas) y sus relaciones a lo largo de la historia.
Entre las de Toshio y su madre, Tamiko y su madre y Tamiko y su marido e hija resulta curiosa la relación entre Tamiko y Haruo. En ella se insinúa más que se cuenta, un amor de fuerte sentimiento que esconde algún secreto no revelado, pero sí sugerido; y uno de los fallos del guión es profundizar de un modo algo incomprensible en este chico que ha acabado siendo otra carga para su madre, que deambula con sus propios problemas sin que sepamos cuáles son realmente. Mientras Tamiko sufre por la inminente muerte de su hijo Haruo abandona la universidad y a duras penas trabaja en un bar por culpa de los problemas con el dueño.

Es alguien que no encuentra su lugar en la sociedad, también lleno de anhelos incapaz de cumplir y funciona más como símbolo de una joven generación sin rumbo, criada sin una figura paterna, precipitada a un futuro incierto. De todos modos su presencia resulta dudosa; ayuda a Tamiko a comprar el piano pero nunca le vemos junto a su sobrino, da tumbos aquí y allá, mantiene una relación extraña con la mujer de su jefe, se enzarza en violentas peleas sin un motivo aparente. En una visión mucho más amplia la desgracia del pequeño Toshio, la existencia errante de Haruo, la extrema pobreza de los barrios donde malviven Tamiko y su madre, parece derivar del entorno de Hiroshima.
Un entorno alrededor del cual planean siempre las sombras de la tragedia. Haruo observa la ciudad desde el helicóptero de su amigo y las zonas alrededor de la cúpula Genbaku (“Sus vidas son como burbujas en un abismo“, afirma), donde uno de los amigos del dueño del bar, un yakuza, le ha derribado antes a golpes (esto se pudo rodar en el escenario real). Es un lugar de desolación, pérdida y derrota, y el cineasta subraya este pesimismo, además de con la hipnótica fotografía en blanco y negro de Kiyomi Kuroda, con uno de esos detalles que suelen ser sinónimo de su cine: la traición a sus personajes.

Porque cuando las circunstancias parecen haberles llevado al límite la esperanza surge milagrosamente. Tamiko, aunque no sienta amor por su marido y esté condenada a un trabajo desagradable, puede gozar de un atisbo de felicidad tras la operación de su hijo, sin embargo todo se vuelve a girar en su contra, la muerte sacude a la familia, la suerte le es arrancada al pobre Toshio, la histeria de Tamiko reaparece con más violencia.
La esperanza es barrida como la bomba atómica barrió Hiroshima y aquellos instantes de felicidad fueron sólo un espejismo. Queda, aun así, una inesperada reparación a tanto dolor: un nuevo hijo...pero su futuro también es incierto para todos. ¿Otro Haruo?, ¿otro Toshio? Nunca lo sabremos.

Inclinando la historia hacia la tragedia con bastante crueldad Shindo plantea la maniobra opuesta a la de Ozu, porque si éste prefería mostrar el modo en que las consecuencias de una terrible situación trastocaban las vidas de sus personajes, el primero se recrea en el impacto dramático para implicar directamente al espectador junto a quienes lo están sufriendo.
Hay que elogiar también su ambición a la hora de desarrollar la trama de “Haha“: lo que empezó como un simple drama íntimo entre una madre y un hijo se extiende a una visión mucho más amplia sobre la mujer, el sexo, la familia y la sociedad, hasta llegar a la misma fatalidad de la Historia de Japón. Una lástima que algunas partes del guión terminan siendo erráticas y queden cabos sueltos (el pasado de Tamiko, por el que se pasa de puntillas, la relación entre ella y Haruo y sobre todo éste, cuyas acciones son inexplicables y cuya trama secundaria está fuera de lugar dentro de la principal...).


The Wolves The Wolves 21-05-2024
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Un agricultor cava en la orilla de una colina y una fila de niños pasea por la carretera mientras un puñado de hormigas atacan sin compasión a una pobre oruga sobre el abrasador asfalto. Akiko observa una clara similitud a lo que las personas como ella sufren en la sociedad: sólo los fuertes ganan y los débiles acaban con sus tripas devoradas.

Con esta escena inicial, tras la apabullante apertura del maestro Akira Ifukube, Kaneto Shindo se adelanta catorce años a la de “Grupo Salvaje”, y no es que no existan semejanzas; aquí los forajidos son cinco individuos (tres hombres y dos mujeres) que asaltan un camión de correo en plena montaña. Sin embargo se dispone un montaje de lo más extraño: empezamos en mitad de la historia con la ejecución del robo, la acción se corta rápidamente y estamos en el futuro, cuando los atracadores ya han sido atrapados, recortes de periódicos hablan de ellos como si se tratase de una banda profesional con varios crímenes cometidos...y entonces vamos hacia el pasado.
No es que exista una fluidez narrativa lógica en los primeros minutos de esta obra realizada entre dos guiones de encargo (“Nineteen Brides” y “The Beauty and the Dragon”) y cuyos intentos del director de convencer primero a Toei y luego a Nikkatsu para colaborar en la producción acabaron en fracaso; como de costumbre debía actuar independientemente. Tal vez su visión del Japón de la época no les agradó demasiado, y es que ahora que ya conocemos el destino de los protagonistas hemos de saber quiénes son en realidad y qué les ha sucedido para terminar así...

Y lo que observaremos es la miseria en su forma más directa e inhumana, comenzando el viaje desde el interior de una empresa de seguros que acaba de emplear a nuevos candidatos. Shindo se recrea en presentar la opresiva atmósfera del mundo laboral y las diferentes jerarquías que la dirigen, el ritmo es pesado, pero todo este proceso inicial es imprescindible para conocer de cerca a los cinco protagonistas, los últimos de un grupo de veinte contratados que no han podido cumplir con las expectativas de sus jefes (quienes, en un alarde de desfachatez, les ordenaron vender seguros a los ciudadanos más pobres).
Aquí una madre (Akiko) que perdió a su marido en la guerra y no puede pagar una operación de boca a su hijo; allí un ex-banquero (Harashima) cuya esposa le odia; al otro lado un anciano (Yoshikawa), otrora guionista de éxito, que vive con un hijo desempleado, su esposa y su nieta. Cual director neorrealista, Shindo se pasea por los lugares más mugrientos de este Japón cuya recuperación económica no está afectando a todos por igual, y los radiografía con un estilo próximo al documental, haciendo énfasis en la derrota humana generalizada (los periódicos hablan de vagabundos muertos, madres que se suicidan, niños que mueren de hambre...).

De alguna forma se entiende el motivo de que Nikkatsu y Toei se negaron a producir una historia con una visión tan pesimista; porque ya sabemos el destino de los protagonistas, y esto es algo que sinceramente la película nuca tuvo que mostrar. El montaje no es el adecuado pues desaparece todo rastro de intriga y suspense desde el primer minuto, pero el nipón, como siempre, tiene una intención muy clara: el atraco es aquí lo de menos importancia, la historia no gira en torno a él, sólo es la consecuencia de una serie de situaciones que han marcado a los pobres personajes. Un accidente, ni más ni menos.
Por eso no se halla en el clímax ni se le presta más atención que a sus efectos posteriores, aunque tampoco significa que Shindo no se tome su tiempo para la preparación y ejecución, de hecho es una de las mejores partes de la trama: la espera, ese “impasse” vital en el cine de atracos que Robert Wise llevó a la perfección en “Apuestas Contra el Mañana” cuatro años después, eleva la película a la pura abstracción gracias a una brillante puesta en escena de atmósferas asfixiantes y sentido del ritmo (Nobuko Otowa observando a aquella oruga del principio casi aterrorizada, los gritos de los niños que desfilan carretera arriba como inmersos en otro mundo, las olas de la playa que rompen contra el acantilado...).

No desmerecen las trepidantes escenas de la huida, con esa cámara montada sobre el vehículo que parece que fuese a raspar el asfalto. Y aun así lo verdaderamente importante es cómo esta serie de actos repercuten en el futuro de la aficionada banda de ladrones; si el pesimismo marca la historia de principio a fin Shindo les permite vivir un sueño, por efímero que sea, por imposible que parezca. En mitad de esta sociedad cruel, implacable, injusta y repulsiva de repente una madre puede comer tranquilamente sandía junto a su hijo en un parque, un padre puede regalar sushi a su hambrienta familia, un marido puede dejar el hogar que le es rechazado con la cabeza alta...
El dinero, en una sociedad como esta, lo es absolutamente todo. Estas secuencias, cuando ya ni nos acordamos del robo y las pesquisas de la policía permanecen ausentes de la cámara, invierten las situaciones íntimas de los protagonistas y rebosan alegría; imposible no sonreír ante el conmovedor cambio que experimenta el ambiente, aproximándose Shindo a la sensación de esperanza que a veces evoca el neorrealismo italiano. Incluso, llevado por este sentimiento, ofrece a los personajes de Akiko y Harashima un atisbo de amor romántico, cuando sus vidas no eran más que despojos de una existencia anterior ya demasiado lejana.

¿Y la respuesta de cómo demonios la policía logra capturar a algunos miembros del grupo (porque otros tendrán una suerte aún peor) como ya veíamos al principio? En eso queda en una gran incógnita. ¿Acaso importa?
Lo importante es que pudieron gozar de un instante de felicidad en sus tristes vidas; la prensa, que ni saben quiénes son, les apodan “Los Lobos”. ¿Pero quiénes son los auténticos lobos en esa desoladora, terrible sociedad en la que viven? Y la pregunta más importante: ¿cómo no acabar siéndolo?


Children of Hiroshima Children of Hiroshima 21-05-2024
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Una joven sale cojeando de su casa el día de su boda, un pobre hombre muere devorado por la radiación mientras un viejo mendigo bebe tal vez su última botella de sake, tras lo cual escupe furioso “Maldita guerra...maldita bomba...que convierte a los humanos en gusanos...“.

Historias reales de personas reales que sobrevivieron al día en que una luz blanca en el cielo precedió a una lluvia negra que se antojaba eterna: 6 de Agosto. El maestro y autor Arata Osada impartía clases en la Facultad de Ciencias y Literatura de Hiroshima, y al igual que sus vecinos no pudo imaginar que enfrentaría la muerte en forma de bomba atómica esa mañana; tras su larga recuperación, y mientras el país pasaba a estar en posesión de los norteamericanos, se volcaría en cuerpo y alma en dar voz a quienes lograron quedar en pie, especialmente a los niños.
Poco a poco él y sus alumnos reunieron más de cien anécdotas sobre la experiencia directa de la catástrofe y sus secuelas, que formarían parte de la recopilación “Genbaku no Ko“, causando un gran impacto en medio Mundo ya que nada se había divulgado acerca de los efectos de la bomba debido a la censura de las fuerzas de ocupación. Los múltiples premios y la exitosa distribución internacional llevó al Sindicato de Maestros de Japón a preparar también una ambiciosa película; Kaneto Shindo, un audaz guionista nativo de Hiroshima y que hacía poco se independizó de los grandes estudios creando su propia productora, la Kindai Eiga Kyokai, era el más adecuado para el proyecto, o al menos eso creyeron...

Sin embargo no quedaron satisfechos con su guión, pues aun utilizando algunos relatos del libro consideraron que su tono demasiado melodramático echaba a perder todo sentimiento político y social, y que su estructura narrativa no era la correcta. Mientras ellos querían retratar el infierno sufrido tras la inmediata caída de la bomba, Shindo imagina otra forma de contar las cosas; Nobuko Otowa, en el papel de la maestra de escuela Takako, decide viajar a su Hiroshima natal, de la que partió hace años, y así el espectador adopta su punto de vista. La producción, que tras la retirada de la Daiei a causa del arriesgado contenido corre a cargo sólo de Kindai Eiga Kyokai, es desde luego un esfuerzo ambicioso.
Otowa pasea por las grandes calles de la ciudad, nos lleva a los suburbios, a los lugares aún en ruinas, incluso se introduce en el interior de la cúpula Genbaku. En una aproximación documental, o neorrealista, se nos muestra la ciudad y a sus gentes, tal como son, tan sólo siete años después; a partir de aquí la trama adopta un enfoque “periodístico“, se podría decir, para desarrollarse de manera episódica: la protagonista, en su peregrinaje de redescubrimiento del lugar, irá encontrándose con familiares, amigos, viejos conocidos y alumnos. Cada uno con una historia que contar, un peso sobre sus espaldas, una tragedia que ocultar y un ser querido al que llorar.

Esto permite plantear una visión colectiva del desastre y las terribles cicatrices que ha dejado. A un lado niños huérfanos y viudas, al otro mujeres estériles o pobres sin hogar que mueren de radiación; empleando el director un estilo de fórmula del melodrama bastante simple entramos en la vida de todos ellos junto a Takako, compartimos la pena, el dolor y en especial la resignación. Esto es algo sorprendente: la hermana de un antiguo alumno suyo reacciona avergonzada, incluso molesta, al mencionar él su matrimonio, pero de un modo indiferente con respecto a su cojera, provocada cuando le cayeron los escombros de la casa.
Es el estoico espíritu japonés. La resignación al desastre, porque no hay otra cosa que se pueda hacer; y al mismo tiempo los ciudadanos obtienen de este sentimiento derrotista la fuerza necesaria para agacharse, apartar los escombros y las cenizas y reconstruir. No hay muchos personajes que se lamentan de su estado actual, simplemente aceptan las heridas, algunos recordando un pasado más feliz; los terrores que despertaron en muchos políticos cuando la película llegó a proyectarse en 1.953 en el Festival de Cannes fueron del todo innecesarios.

Y la razón es que Shindo se abstiene de comentarios sociales, políticos o de denuncia, él sólo se acerca al drama íntimo de los afectados; el viejo vagabundo medio ciego Iwakichi es el único que expresa su ira por su situación, pero nunca muestra un sentimiento anti-americano literal...únicamente contra la misma bomba, contra la guerra en términos generales, igual que la alumna moribunda (“La guerra es el peor de los males, es el Infierno“). Por otro lado la figura de la maestra sólo causa alegría en sus pupilos y allegados; debido a que la mayoría han quedado huérfanos ésta parece tomar el papel de madre protectora que ha regresado para consolarles...
Su viaje describe una interesante parábola que empieza en el hogar destartalado de su conocido Iwakichi, surgiendo un drama centrado en Taro, su nieto, del que ella desea hacerse cargo y ofrecerle un futuro lejos de las ruinas, la pobreza y la radiación. Derrotada tras la negativa egoísta del viejo de apartarle de su lado, no será hasta recorrer todos los hogares y observado de cerca la fatalidad de muchas familias que haga firme su decisión de “adoptar“ al pequeño; aun constantemente silenciosa y expectante, se produce una evolución interior en la joven maestra a lo largo de la trama.

Como tantas otras veces, Shindo quiere que de algún modo la esperanza permanezca contra las calamidades y el horror; por otro lado “Genbaku no Ko“ posee algunas de las secuencias más terribles (y poderosas) de su carrera y de la Historia del cine, y esas son las de la recreación de la destrucción de Hiroshima, al principio de la película.
La sorprendente audacia con que fueron filmadas para tratarse de 1.952, esa forma tan artística en que el director plasma el apocalipsis, sus primeros planos a los pechos de las mujeres que caen lentamente sobre los escombros, pechos que ya nunca alimentarán a ningún bebé, condenando así a la raza humana, unidas a la música del genio Akira Ifukube, crean un efecto impactante y desgarrador, difícil de digerir.


El Secreto de Mi Éxito El Secreto de Mi Éxito 26-04-2024
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Michael Fox interpretando a Michael Fox por enésima vez, y aun así uno no se cansa de verle.
“El Secreto de mi Éxito“, que descubrí en mi infancia, destila buenas vibraciones a pesar de que su premisa y las profundas reflexiones que deja su historia son lo menos divertido que uno pueda esperar.

Pero sólo necesitamos esa escena inicial, incomparablemente ochentera, con Night Ranger de fondo y New York y sus bellas neoyorkinas expuestas por Carlo di Palma en colores pastel cual videoclip de MTV: entonces la representación “cool“ del Sueño Americano del típico adolescente; hoy la representación de la nostalgia por una época única. Como dijo el actor, había mucho de su propia vida en la del personaje que interpretaba aquí (un universitario de Kansas con grandes ambiciones, igual que las que él tenía cuando se mudó de su Alberta nativa a Los Angeles con tan solo 18 años para ser una estrella) tras la gran decepción que supuso para el público, que no para la crítica, “Light of Day“.
Pero el genio de la comedia y el musical Herbert Ross supo encontrar en él otra vez la faceta que tan bien sabía explotar; enamorado de su modestia, le filma con cierta fascinación, y Fox hace el resto. Es imposible no simpatizar con su Brantley al poner los pies en una jungla urbana como esa New York de alta criminalidad y delincuencia, y es curioso lo mucho que contrasta la alegre introducción con la visión bastante deprimente que el veterano guionista de Disney, A.J. Carothers, nos ofrece de la ciudad. De no ser por esa luz esperanzadora que proyecta Fox la película resultaría difícil de creer...

Si bien ya de por sí lo es. El guión retocado por la pareja Jim Cash/Jack Epps nos quiere hacer tragar la bendición del protagonista de contar con un supuesto tío y jefe de una multinacional, la clase de bendición que separa la historia de la realidad (ya nos gustaría a todos tener un tío millonario para conseguir trabajo así de rápido...); guión que no puede obviar el interés romántico del joven héroe, muy necesario, claro (en este caso Helen Slater, previa Supergirl y también chica de los sueños de cualquiera con buen gusto). Lo que no es necesario, y jamás entenderé su razón de existir, es la esposa del jefe y tío de Brantley (una salvajemente sensual Margaret Whitton).
Dicho personaje, que tiene una aventura con él nada más empezar la historia por culpa del equívoco, debería ser tratado con cierta dignidad, pues sólo hace que todo se derrumbe sin remedio y prevalezca uno de los motivos que guían la trama hasta el final: el cinismo, en su más descarnada esencia. Y es que nadie aquí tiende a decir la verdad. Mentir, engañar, fingir, es la base para triunfar, y esto lo aprende Brantley muy rápido, aprovechando un despacho vacío para transformarse en ejecutivo de finanzas (o de lo que sea...), compaginando así esta nueva identidad con su empleo real de mensajero.

Pero si aceptamos la acumulación de mentiras que aborda el personaje con tanta picaresca y tan poca vergüenza para encajar en el estándar del Sueño Americano de aquella Norteamérica de los “80 es debido a una razón: Fox, su entrañable carisma y encanto, sólo así podemos seguir queriéndole aunque haya engañado a quien le dio el trabajo con su esposa mientras, por otro lado, intenta encandilar a la rubia de Slater. De ser un actor distinto el tono se oscurecería, y tal vez recordaría más a “Wall Street“, estrenada unos meses después, pero Ross mantiene una línea tan desenfadada y colorida que termina convirtiéndose en algo así como la versión absurda del film de Stone...
Y a su vez una versión moderna del clásico de los “60 “Cómo Triunfar sin dar Golpe“ (¿no parece que Fox quisiera imitar los gestos exagerados de Robert Morse?). Otra cosa que intenta el guión, y ya van muchos intentos, es equilibrar la sátira hacia el depredador mundo de los negocios con la comedia de enredo de toda la vida; en este sentido la trama sí que patina, porque la intención de sátira se diluye en líos de oficina y romances dentro de ascensores bloqueados, tanto que hace que la película parezca desfasada incluso para la época en la que se estrenó.

Funciona por alguna extraña razón, porque el director sabe llevar un “timing“ adecuado y lo parodia todo desde la estupidez más inocentona, por mucho que aquí se acuesten unos con otros sin pudor, de vez en cuando sirviéndose del “slapstick“ y volviendo a las comedias sobre las guerras de sexos de dos décadas atrás. De repente el Blake Edwards más gamberro se cruza con John Hughes, prevalece el entretenimiento, la sensación de fantasía, como bien admitía Fox en sus entrevistas sobre la película; ese aspecto se mantiene de principio a fin, el estar dentro de la fantasía de un joven con más aspiraciones de las que la vida real le permite.
¿Habrá por ahí un pedazo de celuloide con un final pesimista donde toda la trama es eso, un sueño del protagonista que echa por tierra el “happy ending“ que el público esperaba ver? El sueño, sin embargo, se mantiene, a unos niveles de delirio imposibles de describir; la imagen que se nos queda es la del triunfo, la de Fox colándose en el ascensor al ritmo de “Walking on Sunshine“ para cambiarse de ropa y volver a ser el triunfador americano por excelencia. Si eres guapo, ambicioso y un poco cabrón quizás te salga bien...en los “80, ahora y siempre; la taquilla por supuesto acompañó a la película, hasta ser una de las más exitosas del año, y de las más odiadas por la crítica.

Pero Fox seguía en su empeño de no encasillarse, y así apareció en un título que ningún fan esperaba: “Noches de Neón“, donde el sueño adolescente por fin acababa.


El Camino de la Droga El Camino de la Droga 26-04-2024
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En los primeros minutos de “La Via de“lla Droga“ podemos disfrutar de un elaborado encadenado de secuencias donde inmundos individuos hacen sus trapicheos en diferentes puntos del Planeta, algunos con más suerte que otros...

El equipo de Enzo G. Castellari pasea sus cámaras por Amsterdam y nada menos que Hong Kong mientras empresarios neoyorkinos cierran grandes operaciones de compra-venta de droga en sus multinacionales; visto hoy día todo esto podría parecer algo excesivo y descabellado, ¿verdad?, pero en el momento en que se realiza la película Italia está en un punto crítico en cuanto a consumición de heroína, como si no fuesen suficientes los ataques terroristas de facciones de ultraizquierda y ultraderecha. Y es que la colaboración entre miembros del Gobierno y narcotraficantes había llevado al país no sólo a un aumento desproporcionado de la consumición, sino a transformarlo en el principal punto de tránsito hacia los EE.UU..
Este es el panorama socio-político-económico en que se desarrolla la irascible historia concebida por el productor Galliano Juso y el guionista Massimo de Rita. Una historia de esas donde Fabio Testi puede lucirse como sólo él sabe, haciendo de traficante chulo y con unos cojones como ruedas de camión, aunque el protagonismo lo comparte con un David Hemmings en su papel de agente de la Interpol (Hamilton) harto del flujo de droga y que quiere dárselas un poco de Harry Callahan.

Lo que más asombra de esta película es cómo el director se acerca tanto a la veracidad como a la fantasía del cine. Mientras los agentes están por aquí y por allá con sus grandes operativos de captura de traficantes también vemos la realidad de la calle, a una juventud (y otros no tan jóvenes) enganchados sin remedios al vicio de la heroína y bajo el yugo de desgraciados que imponen su ley a base de violencia. La violencia aquí, como de costumbre en el cine de Castellari y del género, se presenta extremadamente incómoda y mugrienta, del mismo modo que la adicción a la droga.
Destaca en particular la desagradable situación que vive esa madre que se la suministra a su hija con tal de aliviar su sufrimiento; pero aquí mismo está el mayor error del guión de Juso y DeRita: esa situación no es más que una de tantas. Un típico fallo de estas producciones, que aparezcan millones de personajes, cada uno con sus propias historias, y ninguno tenga un trasfondo que se pueda considerar importante; por eso, aunque Testi (cuya identidad como agente encubierto se averigua muchísimo más temprano de lo que debiera) sea el centro del argumento, no se entienden bien los ires y venires, las dramáticas apariciones de individuos que pronto dejarán de importar y las inconexas historias que viven todos ellos.

Donde más chirría esto es en la subtrama ocupada por el drogadicto Gilo (Wolfango Soldati, que hace la mejor interpretación); el guión lo presenta como uno de los aliados de Testi, pero luego se desembaraza de él de una forma indigna, insultante. Y éste no tardará en hacerse con el control absoluto, precipitando así el film a un imparable cóctel de acción y violencia, y en cuestión de violencia Castellari no es menos; tildado por muchos de fascista en su época, no tiene reparos sin embargo en hacer que tanto policías como traficantes y otros villanos ejerzan la fuerza hasta altos niveles de crueldad (basta recordar la paliza que pegan al pobre Gilo entre cuatro agentes).
Pero centrarse únicamente en la acción provoca que, a la larga, todo se vaya volviendo tedioso y repetitivo; el guión se desentiende de personajes, del lado humano y de las intrigas demasiado rápido, y sólo propone una catarata de numerosas escenas peligrosas en las que Testi y Hamilton se desenvuelven con desparpajo y facilidad, porque son dos héroes duros al lado de la ley. Y esta cacería climática entre agentes y traficantes se extiende muchísimo, hasta girar sobre sí misma y volverse anticlimática; tendremos explosiones, tiroteos a mansalva, peleas a puñetazos, ¡hasta veremos a Testi acorralando a sus enemigos en avioneta!

Alguien debería haber dicho a Castellari que la acumulación de cadáveres, espectáculo, efectos especiales y giros sin sentido común no funciona siempre ni garantiza un buen ritmo. Cuesta creer que con tanta acción de por medio uno se canse mucho antes de llegar el verdadero clímax.
Termina, con solvencia pero no con todo el ingenio que pudo haber demostrado, la descarnada y combativa saga policíaca del director en los años “70...


El Séptimo de Caballería El Séptimo de Caballería 26-04-2024
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Un capitán despreciado por todos por su aparente cobardía y que hará todo lo posible para recuperar su honor...

Por supuesto que hará todo lo posible, porque, señoras y señores, se trata de Randolph Scott, el héroe del Oeste, pero no aparece en la mejor de las historias que pudieron contarse en el género, la verdad; no hay duda de que 1.956 pertenecía a un título en particular: “Centauros del Desierto“. Luego un servidor preferiría destacar “Jubal“, “Una Pistola al Amanecer“ o “Tras la Pista de los Asesinos“, del genial Boetticher; pero entre medias aparece esta producción de bajo presupuesto dirigida a regañadientes por el pobre Joseph Lewis y producida con orgullo por Scott.
“El 7.º de Caballería“ se inspira en el relato “A Horse for Ms. Custer“, del versátil y hábil escritor Glendon Swarthout, publicado en 1.955 y que gira en torno a las secuelas de la encarnizada Batalla de Little Bighorn. Así empieza la película, con una imagen tan poderosa como tétrica, donde el ficticio capitán Benson llega a un fuerte abandonado, sin rastro de soldados y sólo con algunos prisioneros remoloneando; todo el misterio que acumula Lewis durante estos primeros minutos se evapora pronto en inclinación de la convencional trama. El guión de Peter Packer se divide en dos partes, y la 1.ª se desarrolla en el fuerte.

Esta parte navega digamos entre el melodrama y el drama judicial; lo primero ya que la novia de Benson (Barbara Hale, cuya belleza es lo mejor del film) es hija de un coronel con muy malas pulgas que no le tiene demasiado aprecio, lo segundo es referente al grueso del argumento: la investigación sobre la conducta de la caballería, que dejó al general George Custer y sus cinco compañías expuestos ante miles de indios lakota y cheyennes, produciéndose la histórica masacre. Para el director, y así consta en entrevistas suyas, el general cometió errores como creer que las fuerzas a las que iba a combatir eran más reducidas, no aceptar munición suficiente y lanzarse al ataque conociendo la superioridad numérica.
Por eso, según él, no pudo contar la historia como quería, y en su lugar tuvo que seguir el redentor guión, donde también se menciona el abandono del general por el capitán Fred Benteen y el mayor Marcus Reno; esto se cuenta desde el punto de vista de Benson, que defiende a hierro las acciones de Custer. Muy proheroica y maniquea esta película, que se revolverá contra la verdad proponiendo una misión suicida: viajar al campo de batalla en Last Stand Hill y recuperar los cuerpos de los caídos; y al estilo de la posterior “Doce del Patíbulo“, Benson reúne a un puñado de holgazanes, asesinos y borrachos para ello.

Lo importante para la trama es la limpieza de conciencia y mantener el honor, mientras algunas subtramas varias (el pasado un poco turbio del protagonista, su enfrentamiento con el padre de su prometida) se despachan en poco tiempo y de forma torpe. Scott hace que su Benson siga pareciendo un héroe, a pesar de haber dejado a Custer antes de la decisiva batalla para recoger a su chica. Esta 2.ª parte, aunque contando con bellas localizaciones mexicanas y la solidez de Lewis tras la cámara, sólo raya en lo mediocre y poco satisfactorio, ni siquiera cumpliendo con la media de los “westerns“ de la época.
Los instantes de tensión y acción están más presentes entre los hombres forzados a cargo de Benson y él que entre ellos y los indios, aún aguardando alrededor de Last Stand Hill. Mediocridad puede definirse de mejor manera con la ridícula pelea a puñetazos entre Benson y un indio que les seguía (interpretado por un tipejo que más bien parece sacado de un bar de Kansas), pero este honor se lo lleva el clímax, que por medio de un tremendísimo fallo de guión, la superstición de los indios sirve a la nada valiente caballería de vía de escape, además de glorificación definitiva de Custer, por si el mensaje no había sido captado.

No hay verdadero suspense, no hay un gran duelo final, no hay épica, la imagen de los nativos no sale del perfil del “western“ de toda la vida (sólo uno es descrito como humano y resulta haber sido criado en un fuerte, según la tradicional educación norteamericana, así que no hay un diálogo real indio-hombre blanco...), se cometen inexactitudes históricas (los cadáveres de los caídos no estaban enterrados) y las anteriores tramas se resuelven fuera de cámara.
Da la impresión de que un rollo de película quedó por ahí en alguna sala de montaje pero nunca se usó. Una razón de peso para teorizar sobre ello es ese colofón que, de tan terriblemente planteado que está, me sacó inevitables carcajadas (Lewis haciendo comedia involuntaria, lo último que esperaba). Y el último plano ha de ser la bandera de barras y estrellas, cómo no, triunfante; muy benevolente soy con esta desfasada idiotez.
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Y ese tremendo fallo de guión del que hablaba, y que termina por echar por tierra toda la película, sucede cuando un señorito, que nunca antes había aparecido, se presenta ante la novia de Benson como testigo de su conversación con Custer, quien sí le permitió marchar poco antes de la Batalla de Little Bighorn, lo cual sirve para demostrar de una vez por todas su inocencia y dejar de ser tildado de cobarde. Pues este señorito agarra al supuesto superviviente caballo de Custer, Dandy (una patraña que se saca el guión de la chistera porque el único animal que logró salir con vida de la masacre y permanecer en la colina fue Comanche, el caballo del capitán Myles Keogh), y se dirige raudo a Last Stand Hill para ofrecerle la noticia a Benson.
La casualidad quiere que un rastreador cheyenne le persiga y acabe con él; tampoco sería un personaje muy importante si la historia se lo quita de enmedio con la misma torpeza con que lo introdujo. Pues no. Resulta que el caballo, porque así lo quería Packer y Scott (imagino que no Lewis), es tan sumamente inteligente que se dirige solo al lugar donde los indios tienen acorralados a la caballería del patíbulo. Y los imbéciles, debido a sus creencias, se tragan que al animal lo ha guiado el espíritu de Custer; pero para gozar este momento de verdadero poder onírico la película debería haber eliminado toda la participación del joven que llega de repente al fuerte y se hace con Dandy.

Tal como está narrado y ejecutado en pantalla, este final al estilo Disney sólo provoca una vergüenza ajena difícil de describir, seguido de las, como ya he dicho, inevitables carcajadas. Para arrancarle la cabellera a Scott, a Packer y a todo productor que estuvo de acuerdo en acabar de manera tan tonta la historia.
Lo más increíble y absurdo de todo es que nadie se pregunta cómo demonios llegó el puñetero caballo al lugar solo y lo peor: qué fue del hombre que lo cabalgaba...y si se dijo nunca apareció en el montaje final.


Conocerás al Hombre de tus Sueños Conocerás al Hombre de tus Sueños 26-04-2024
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Woody Allen es como es, y sé cómo es, y vuelve a colmarlo todo de sus situaciones tan negativas con tanto esmero que es imposible pensar en el lugar donde éstas se desarrollan.
Una vez más la entropía, la ambición y la crisis campan a sus anchas...

Después de un regreso absolutamente triunfal a su ciudad natal con “Si la Cosa Funciona”, se va de nuevo a ese lugar donde se bebe mucho té y se conduce al revés, impulsado por la imagen de una astróloga aconsejando a una mujer anciana sobre su vida; una imagen basada en la fe, en la necesidad de la fe, que convierte una idea en toda una película, la primera sin el legendario productor Charles Joffe, la primera del cineasta con esa impresionante Naomi Watts, y la cuarta rodada en Londres, un sueño convertido en manía que tampoco supone un gran cambio para su mundo. Allen siempre se ha ido con su mundo a cuestas a todas partes, ya lo sabemos.
Yo también sé, o al menos intuyo, desde que me presenta a sus personajes, hacia qué cauces van a desembocar; “Conocerás al Hombre de tus Sueños” empieza de una manera peculiar, con Gemma Jones y Pauline Collins, lo mejor, joyas de actrices, que deslumbran una en su frágil Helena y la otra en su lenguaraz Cristal. Por desgracia está pululando alrededor una voz, que no es de ninguno de los personajes de la historia, que resulta cansina hasta el vómito y que narra sin parar lo que ellos hacen, piensan, harán o están haciendo o pensando. Horroroso. He de poner la televisión en “mudo”.

Superado esto el guión se centra primero en Helena y su marido Alfie (Anthony Hopkins a las órdenes de Allen, un sueño hecho realidad), en su reciente ruptura tras décadas de matrimonio...pero entonces se desvía hacia el matrimonio de su hija Sally y Roy (Josh Brolin, siempre cumplidor), que parece va a ser el pilar del argumento. Patinazo nada más comenzar; esta pareja es la de todas sus películas, el escritor frustrado y la frívola neurótica, la pareja que Michael Murphy y Anne Byrne ya interpretaban en “Manhattan” hace 31 años. No sólo eso, sino que a los padres de Sally se les da unas subtramas absolutamente abominables...
Helena queda como una “zombie” repelente con todo el asunto de la estafadora médium a la que visita; Jones se mete a conciencia en el papel hasta que deseas convertirte en Roy y estrangularla sin piedad. Peor es lo de Alfie, al que se le empareja con otro arquetipo “alleniano”: la zorra imbécil; ella, Charmaine, está un poco entre la Linda de “Poderosa Afrodita” y la Lori de “Un Final “Made in Hollywood” ”, y Alfie quiere hacer con ella lo mismo que Alvy hizo con Annie y lo mismo que Boris hizo con Melody: “snobizarla”, amoldarla a su rutina, a su prematura vejez. Pero funcionó mejor con el sardónico Larry David y no soporto a Hopkins intentando imitar a Allen en sus gestos y manera de hablar.

Alrededor, lo de siempre, ese maldito universo perfectamente amueblado de crisis de pareja, crisis de creatividad, crisis de identidad, crisis de crisis, ambiciones imposibles, anhelos, mentiras, obsesiones, fobias, peleas, con la ópera a un lado, la música clásica al otro, los restaurantes caros, las galerías de arte, las conversaciones en el parque sobre artistas de los que no tengo ni idea, la gentuza de clase media-alta que tiene que inventarse neurosis para tener algo de ritmo en sus aburridas vidas. Lo que no tiene ritmo es la película y lo necesita. Brolin tal vez es el mejor personaje, al menos el más oscuro.
Porque el intento de infidelidad de Sally con su jefe (de esas pocas veces que he aguantado a Antonio Banderas) me importa incluso menos que las continuas gilipolleces que suelta Helena. Roy recuerda a Yale, pero también al Chris de “Match Point”, es una mezcla de ambos, viaja entre lo patético, lo profundo y lo terrorífico, y su historia de intento de robo de la novela de un amigo y de flechazo con su sexy vecina Dia es lo que mejor sostiene esta patraña. Esto y el rasgo distintivo que posee Allen para, a pesar de todo, mantenerte enganchado a su historia: pillarnos desprevenidos con grandes sorpresas que dan un giro a todo y seguir desarrollándola a partir de ahí.

Es su don, su “modus operandi”, le funciona y se acepta. Ojalá no hubiera narrador porque por culpa suya las sorpresas aquí no causan tanto efecto (aunque a mí me da igual, porque cada vez que hablaba él yo volvía a poner el “mudo”...); y la sorpresa, donde mejor funciona es sin duda en la trama de Roy. Con él Allen nos vuelve a hacer caminar por senderos de pura inmoralidad y cinismo recalcitrante, por los de “Match Point”, que acercan la película al melodrama agrio, y así debería ser, en lugar de su empeño por mantenerse en el terreno de la comedia.
Porque al menos yo no veo humor por ningún lado. El estilo es elegante pero amargo, turbulento pero frío, no hay pasión ni motivo, no es una “screwball comedy” ni un duro drama, no es “Manhattan” si eso pretende. Todos los conflictos que suceden podrían tener lugar en Manhattan o en la Polinesia francesa que el escenario no altera ni el ritmo ni las vibraciones, y en esto “Match Point” supo acertar mejor; y arrastrándolo todo al clásico clímax de su cine donde se cruzan y chocan finalmente los personajes y sus rencores, Allen tiene las narices de dejar casi todas las tramas abiertas y sin resolverse...¿por qué hacer esto?

¿Qué pasa con Henry cuando Roy se entera del accidente?, ¿qué pasa con Sally y su negocio?, ¿y con ella y su jefe?, ¿y con la infidelidad de Charmaine?, ¿y con la médium?, ¿porque la película empieza y termina con Helena pero se olvida de los demás personajes?
Todo estuvo bien rematado en “Si la Cosa Funciona”, pero no en “Conocerás al Hombre de tus Sueños”, cuyo mayor fallo es encontrarse entre dos obras superiores. Por cierto, hay que poner mucho de nuestra parte para creerse las conversaciones entre Roy y Dia, porque rayan lo surrealista...


Siempre Puntual Siempre Puntual 26-04-2024
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A lo largo de la campiña británica un hombre corre desesperadamente, le espera la cita más importante de su vida pero esa meta parece cada vez más lejana.
Entonces, cansado, hastiado, sentado al borde de la carretera entre la hierba de los prados de Shropshire reflexiona “Puedo aguantar la desesperación...es la esperanza lo que no soporto“.

Podría aplicarse al propio maestro del humor que le interpreta, John Cleese, justo cuando pensaba sobre qué podría haber fallado en el engranaje de esa comedia que hoy en día está ya prácticamente enterrada en el olvido, al menos para todo aquel que no haya nacido en Gran Bretaña y tenga ya más de 40 años (la verdad es que el espectro de audiencia reduce mucho las posibilidades). “Clockwise“ nació de la propia incapacidad de Michael Frayn para llegar a tiempo a cualquier parte, y éste, uno de los autores y dramaturgos más respetados del país, nunca había probado suerte en el mundo del cine hasta que su intento de guión “Man of the Minute“ se puso en circulación...
Del productor teatral Michael Codron fue a parar a un Cleese deseoso de convertirse en el protagonista absoluto de una obra con clase. Parecía la oportunidad soñada, y quiso hacer parte de ese honor a Christopher Morahan, otro veterano de la escena y la televisión al que se le debe recordar por ese clásico del drama histórico llamado “The Jewel in the Crown“; no es que hubiera poco talento reunido en esta producción repartida entre Yorkshire, West Midlands y Birmingham...entonces, ¿por qué siempre hallamos a un Cleese cabizbajo cuando emerge este título en alguna entrevista?

Y es que uno lo ve en el papel de Stimpson y ya sabe que lo tiene en el bolsillo, ese estricto director de instituto tan obsesionado con la hora, con la puntualidad, tan obscenamente obcecado en sí mismo y el tiempo consumido que es incapaz de mantenerse en el mismo plano de realidad que el resto de seres humanos; estos minutos iniciales transcurren a un ritmo lento pero sólido, y son vitales para entender al detestable personaje, su egocentrismo y egolatría disfrazada de responsabilidad. El embrollo empieza no sólo con un despiste por su parte, sino por culpa de la dificultad de los ingleses para comunicarse, un recurrente en la película.
Cuando el revisor de la estación en la que se encuentra para tomar un tren a una reunión de profesores en Norwich le indica mal el andén la situación arrastra a Stimpson a una progresiva escalada de abatimiento, y el actor se toma muy en serio lo de interiorizar su frenesí desesperado. Así que la historia se construye durante la marcha, por carretera, por caminos, por prados, por bosques; Cleese y una preciosa Sharon Maiden como la vecina del protagonista, que, ilusa ella, ha accedido a llevarle en el coche de su padre hasta Norwich. Lo que tal vez no logre captar la atención del espectador es sin duda su tono, su estilo...

Y no hay mejor adjetivo para definir a “Clockwise“ que el de “inevitablemente británica“. Aquí tenemos a un hombre maduro cabezota e irritante y una chica encantadora y carismática; la mujer del primero, los padres de la segunda y la policía van tras ellos, la trama evoluciona según los accidentes y los encuentros fortuitos que sufre la atípica pareja...sin embargo el guión está despojado del artificio, el ruido y el disparate que caracterizarían a una producción como esta de ser norteamericana. No hay una conjunción de catástrofes, a lo sumo una sucesión de incómodos y desgraciados infortunios.
El humor de Frayn es sutil y socarrón, y Morahan dirige sin exageraciones innecesarias, así que el absurdo de los Monty Python al que desde siempre ha estado ligado Cleese no se atisba en ningún sitio. El film despega levemente con algunos instantes simpáticos donde se puede atisbar auténtico ingenio, pero no ofrece un entretenimiento alocado; el director mantiene los pies en la tierra todo el rato sin dejarse llevar por ello. Tampoco los personajes, y esto es lo peor del asunto, se desarrollan como debieran; los secundarios son simples “sideshows“ de Stimpson, y éste está construido de un modo tan incomprensiblemente obtuso, tan críptico, que ese esfuerzo por evolucionar nunca se consuma en pantalla...

Parte de la gran culpa la tiene el clímax en la conferencia que se lleva mencionando desde el principio. La recompensa por tanta humillación personal y tanto acoso de los elementos deberían devolver al profesor la dignidad y el honor ante sus detractores y perseguidores...y por desgracia no sucede. No existe aquí el llamado “grand finale“, todo se derrumba en la frialdad, la indiferencia, y se nos deja esperando algo que no llegará...
Cleese, que actuó a las órdenes de Frayn en contra de su instinto, señalaría a lo largo de los años su certeza de que la película no iba a funcionar para el público, menos en EE.UU., y el principal problema era ése: la ausencia de espíritu y un broche de oro adecuado. Pero hay otros tantos, por ejemplo: ¿por qué demonios actores secundarios tan brillantes están tan desperdiciados (y, más que ninguno, Penelope Wilton)?


Air Force One (El Avión del Presidente) Air Force One (El Avión del Presidente) 26-04-2024
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Andrew Marlowe hubo de sentir un nudo en el estómago al verse ante el Boeing 747 de Japan Air Lines modificado para parecerse al Air Force One presidencial y nada menos que su héroe Harrison Ford descendiendo de él.
Poniéndome en su piel, sí, menuda experiencia para un joven guionista de unos treinta años...

Yo como espectador, ajeno a esta emoción tras la cámara, no he sentido precisamente lo mismo, y eso que “Air Force One“ es de aquellas películas que, de alguna manera, todos encontramos en la estantería de los VHS de nuestros padres. Ese primer visionado de adolescente retenido en la memoria seguía siendo más satisfactorio que uno nuevo y con la mirada de un adulto que ya ha visto mucho cine; pero incluso en el dolor ocular y auditivo que me estaba proporcionando esta patraña de 80 millones de dólares experimenté una vez más ese placer por lo absurdo, lo casposo y lo mugriento...
No sé si se hubiera consumado dicho placer de haber sido Kevin Costner quien interpretara al presidente en lugar del ilustre y queridísimo Harrison Ford (gracias a Dios el otro estaba ocupado con la epopeya de “Mensajero del Futuro“); ya sólo el verle en su primera y triunfal escena de la conferencia en Moscú donde se niega categóricamente a la negociación con terroristas dan ganas de conseguirse la nacionalidad norteamericana. Tal vez Wolfgang Petersen tuvo problemas en ese aspecto y la película fue lo que le permitió vivir en los EE.UU. sin necesidad de visados ni esas tonterías; a Roland Emmerich (otro alemán) le pasó lo mismo y de ahí la existencia de la gilipollez de “Independence Day“.

Una especie de rencor a Bill Clinton debía estar pudriendo los corazones de los norteamericanos en aquel momento, quienes le veían asumir el cargo por segunda vez, y por eso surgían otras figuras presidenciales mejores en el mundo del cine. La encarnada por Ford, de apellido Marshall, ya inspira confianza; todo un defensor de la justicia, un “outsider“ incluso dentro de sus propios círculos, y cómo no un marido y un padre perfecto. Pero tras intercambiar unas cuantas líneas de pacotilla con su estúpida hija para hacerme creer en lo humano del personaje, el avión es secuestrado.
El guión es muy, muy original al planter la trama en unos minutos: unos radicales defensores de un general dictador de Kazajistán que se habían disfrazado de periodistas quieren que se libere a dicho elemento de prisión o freirán a tiros a un rehén cada media hora. Punto. Tan original que si cambiamos a rusos por árabes tenemos la misma premisa de “Decisión Crítica“, estrenada el año anterior; pero, claro, a bordo no se encuentra el presidente cobarde de “1.997: Rescate en New York“, sino Harrison Ford, alias Indiana Jones, alias Han Solo, o la pesadilla de los malos. La batalla se inicia en el avión, pero no hay absolutamente nada en ella que me incite a la sorpresa.

Petersen dirige de manera competente la intriga y la justa violencia para un film comercial, sin movimientos mareantes a lo Michael Bay, tenemos a Gary Oldman de villano inquietante aunque a veces se pase de rosca, a la siempre enorme Glenn Close expresando bien su agobio como vicepresidenta, y el encanto de Ford hace el resto. El gran problema es que su personaje sólo es la amalgama de otros personajes genéricos del cine de acción de la época; en este James Marshall se unen John McClane, el Seagal de “Alerta Máxima“ y el Van Damme de “Muerte Súbita“ con el disfraz que Bill Pullman ya tuvo en “Independence Day“.
O más bien un Indiana Jones que se presentó a las elecciones. Esa debe ser la razón de la continua y pesadísima alabanza que todos le brindan, desde su esposa y su hija a casi todos los miembros de su gabinete; por el contrario Oldman es un desviado comunista-fascista, anti-capitalista y pro-soviético, menudo cacao hay aquí. Es decir, el presidente tenía la batalla ganada desde que se subió al avión, porque nadie, ni un niño pequeño, puede creerse que este gran tipo no ganará al final ni que no morirán todos los malos; la película es transparente igual que su protagonista.

Acepto todo el absurdo y el disparate que Petersen me lanza a la cara con tanta visceralidad, pero no hay emoción en la historia porque no hay oportunidad para la sorpresa; todo sería distinto si Marlowe se hubiera esmerado en crear a un presidente más complejo, con un pasado oscuro, tal vez vinculado al villano, o si le hubiera hecho mantener interesantes juegos de inteligencia con los terroristas como hacían McClane y Hans Gruber...pero no, Ford se convierte en un héroe, plano, ínclito y brillante, con un pasado lleno de condecoraciones (muy propio de los papeles de Seagal), buena fuerza física y que tanto sabe manejar armas como pilotar.
A un norteamericano le bastará con eso para olvidarse del mujeriego y mentiroso Clinton; a mí, sin embargo, me crujen las tripas con cada frase y situación cliché y atisbo de espíritu megapatriótico que el guión va sacándose de las narices (el súmmum de ello: ¡los cables para soltar combustible son el rojo, azul y blanco de la bandera!), todo conducido hacia un clímax delirante y rocambolesco casi robado de “Eraser“, con Ford galopando sobre un cable entre las nubes que contiene los peores efectos digitales que podían verse en aquella época.

Aun así cientos de millones de dólares se acumularon en la taquilla, incluso Marlowe mantuvo conversaciones con los productores para una secuela.
Gracias a todos los santos que nunca sucedió, porque si bien al final “Air Force One“ pasa por ser un viaje divertido eso ya hubiera sido demasiado.


Gang vs. Gang Gang vs. Gang 26-04-2024
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Guerra en las calles, sucia y desagradable. Gángsters de poca monta envenenan a la sociedad con su tráfico de drogas.
En este Japón moderno parece ser la moda, y sólo alguien lo suficientemente enfadado y lo suficientemente loco puede detenerles...

Menos mal que es nuestro amigo Koji Tsuruta quien se encarga del asunto en una de esas clásicas aventuras por el viscoso submundo de Japón. La dirige Teruo Ishii, una muy temprano para aquellos que sólo conozcan su etapa más psicotrópica y descarnada; cuando se mudó de Shintoho a Toei a comienzos de los “60 poco iba a imaginar que su primera obra de contrato en la compañía, “A Flower, a Storm and a Gang“, iba a generar tal éxito de público. La presente “Gang vs. Gang“ es la 3.ª entrega de la llamada saga “Gyangu“, que se extendería hasta finales de década, y en esta ocasión repite Tsuruta en su papel habitual de delincuente.
Habitual es también el inicio de la película, donde, igual que en el 80% del cine yakuza, uno sale de prisión sólo para convertirse rápidamente en el blanco de alguien. Aquí el personaje de Mizuhara es tiroteado nada más poner un pie fuera, pero logra escapar; el director comienza de esta manera cruda y violenta, dejando su sello, mientras se atiene a las formas propias del “noir“, con escenarios en claroscuro y “jazz“ constante de fondo. El protagonista es un chiflado elegante con dos cojones y de vuelta de todo, e incluso se atreve a disparar a su antiguo jefe cuando se entera de que sus compañeros han querido matarle a él.

Un síntoma del film será este, la falta de coherencia y lo gratuito de las situaciones y motivaciones de los personajes; cuesta creer lo que pasa en pantalla cuando Mizuhara atenta contra el oyabun y todos en la sala se quedan como estatuas en lugar de abalanzarse sobre él. Más traiciones en la familia se suceden, y en realidad esta podría ser la clásica historia del yakuza renegado que, perseguido por los suyos, se alza cual caballero suicida desafiando su poder...pero no, el guión, del propio Ishii, propone un desvío interesante y aún menos creíble que todo lo visto.
Mizuhara se une a un extraño grupo con una configuración tal que pareciera sacado de un cómic de Osamu Tezuka: un anciano que dice ser médico (o algo así), una chica muy risueña que va de “femme fatale“ y un tipo duro se dedican a reventar el negocio del tráfico de droga en la ciudad. Quiénes son realmente, desde cuándo hacen eso, qué relación tienen y otras cosas quedan enterradas en el misterio; si el protagonista accede a colaborar con ellos es sólo para vengarse de su clan y por dinero, lo que no dice mucho, de hecho la trama prefiere dejar al margen complicadas introspecciones psicológicas e ir al meollo del asunto.

Se nos lanza entonces de cabeza a los rincones más sucios del paisaje urbano; una buena parte de la trama se basa en las correrías de este pintoresco cuarteto haciendo frente a drogadictos y traficantes en pubs, prostíbulos, locales de baile, salones recreativos, todo tipo de ambientes siempre oscurecidos por una atmósfera perpetua de sombras. Ishii parece estar al tanto de la mala situación que vive su país por culpa del tráfico, en especial de heroína, llegada del Sureste asiático; en ese mismo 1.962, con un registro de más de 2.000 casos de drogadicción, en Japón se crea una unidad especial de anti-vicio para frenar esta plaga.
La película no es para nada una ficción documental, pero sí ofrece un retrato crudo, cercano y realista de los estragos que debía estar causando la droga en aquel momento; el director fue muy audaz mostrando en pantalla a personajes, hombres y mujeres, inyectándose heroína con toda frialdad e indiferencia. Y si la conducta del protagonista y sus nuevos amigos no se aleja de la de aquellos a quienes combaten, se les justifica ya que están haciendo algo bueno para la sociedad (así lo dice esa chavala descarada que interpreta Yoshiko Mita).

Tetsuro Tanba vuelve con Namikawa a su conocido papel de villano perverso en una historia que se basa en encuentros, diálogos duros y secuencias rodadas en escenarios reales y entre transeúntes, sin muchas complejidades en el argumento (Mizuhara va de lugar en lugar gracias a la información que le dan una serie de personajes...).
Donde “Gang vs. Gang“ realmente despega es en un 3.er acto donde el trío protagonista a bordo de un camión (la chica no está, que lista) es perseguido por el clan Namikawa entre los caminos solitarios, los bosques y los barrancos de Hakone; Ishii lleva la acción a altas cotas de violencia, en la mejor tradición del cine criminal (esta frenética parte recuerda a “The Long Haul“)...aunque el tono se le vaya de las manos y acabe descolgándose por lo fantástico.


Rescate al Límite Rescate al Límite 11-04-2024
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Nuevo ejemplo de lo mal que le estaba sentando el cambio de siglo, ya irremediablemente metido en el fondo del pozo de la serie “B“ (o “C“) direct-to-video, también la única película que haría bajo la dirección de Po-Chih Leong.

Curioso también lo suyo, pues de una fructífera y versátil carrera en los “70 y “80 ha acabado aquí, y es bien sabido que los cineastas hongkoneses bajaron mucho el listón cuando emigraron a EE.UU. o hacieron películas de producción norteamericana. Pues éste, contemporáneo de John Woo, Tsui Hark, Ringo Lam y toda la pandilla, fue el que peor lo llevó sin duda. Precisamente Leong fue a Varsovia a reemplazar al director de “City on Fire“, que rechazó la oferta por lo pésimo del guión, así que no cuesta imaginar (porque no me interesan los verdaderos motivos) que un encargo como éste debió ser por meras cuestiones alimenticias.
El guión del tal Trevor Miller es horrible, así es, y sabemos que esto no va ir bien desde el principio, donde el actor continúa con su manía de maquillar su desagradable personalidad interpretando otra vez a un sucedáneo del Forrest Taft de “En Tierra Peligrosa“, convertido en todo un merodeador de los bosques que hace lo posible por salvar a un pájaro de una trampa. La voz “en off“ de Irena (la entonces pequeña Ida Nowakowska, ahora una famosa presentadora de programas basura de la televisión polaca) nos narra su amistad con el sr. Lansing al que “da vida“ Seagal.

Se supone que él vive en Alaska y ella en un orfanato de la Europa del Este, y aun así mantienen correspondencia...pero el por qué es algo que no logré entender, y esa falta de coherencia será la seña de identidad de la no-trama de la película, que arranca cuando una banda de tipejos llega a dicho orfanato para llevarse a algunas niñas. Maniobra un tanto confusa, pero luego sabemos el motivo; lo que se trata aquí, nada menos que tráfico humano de menores, es un tema muy serio, demasiado como para ser parte de un subproducto que sólo funciona de vehículo de lucimiento de su actor principal (¿pero qué va a lucir?).
Y para no romper con la tradición resulta ser un agente gubernamental retirado provisto de todas las habilidades para encontrar dicha red de tráfico. Y aquí empiezan más complicaciones. También es un distintivo de las películas de vídeo de Seagal: argumentos incomprensibles...pero no por elaborados, sino por incongruentes. Se supone que los antes aliados de Lansing ahora colaboran con los villanos (liderados por el clásico psicótico chulo al que le gusta hacer esgrima y jugar al ajedrez (otra vez el detalle de marras, como si así Miller creyera que su guión es más inteligente) mientras mata gente despiadadamente), pero las relaciones de todos estos personajes tampoco se explican.

Y de por medio se mete la típica policía dura (Agnieszka Wagner, que no sé quién es ni me importa, sólo sé que no tiene idea de actuar) que parece ir en contra del protagonista y luego le ayuda. Leong tuvo días mejores y este mejunje lo dirige en piloto automático, además de filmar nuevas escenas una vez terminado el rodaje, acrecentando aún más la incoherencia; quizás lo peor es que las tramas se desarrollan en paralelo, la de Irena y la de Lansing, cambiando de situación y escenario cada dos segundos. Aquí hay muchos quizás.
El manojo de personajes va y viene y nunca, jamás, se entiende bien por qué los policías están en un lugar investigando y luego en otro o por qué los villanos sabían que tenían que ir allí o allá, o cuál es la razón de que el protagonista sepa dónde encontrar a la policía, y por qué demonios tiene que inmiscuirse en este lío uno de los compañeros del orfanato de la chica (los instantes compartidos entre este imbécil y Seagal provocan una terrible vergüenza ajena, y su colaboración parece la versión paródica de “Mercury Rising“, a la que Miller le hace varios guiños). Y no se lo pierdan ustedes, que la niña ha aprendido a descifrar códigos gracias a Lansing y se los va dejando allá por donde pasa...

Para recordar para siempre como dos de los mejores “gags“ de la comedia involuntaria: el mensaje cifrado que prepara la nena usando los canapés de una fiesta, muy bien dispuestos para que los vea su colega con sólo pasar por delante (idea de Seagal tuvo que ser...), y la operación que Lansing hace a la policía tras un tiroteo; si esto fuese un “western“ lo aceptaría, pero no en un mundo perfectamente lógico donde se debería acudir a un hospital. Aunque aquí la lógica se fue a paseo hace tiempo.
El espectador no puede aclararse con la cantidad de idioteces que va bombardeando este guión tan asiduo del método de “las páginas arrancadas“, y por si fuera poco sin compensar con alguna escena de acción bien dirigida (ni mal dirigida, si casi no hay...). Un buen ejemplo es la patética lucha final entre Seagal y el asqueroso Matt Schulze a espadazo limpio en la plaza de la Universidad de Varsovia, tal vez queriendo imitar la de “Señalado por la Muerte“; en fin, mejor olvidarla.

Mejor olvidar que esta patraña existió. Si no le he dado el suspenso definitivo es porque, entre retortijón y retortijón, he llegado a tomármela a broma.
Lo peor iba a llegarle a Leong, que poco después haría una basura casi de las mismas características protagonizada por Wesley Snipes: “El Detonador“. Pobre hombre, qué bajo cayó.


K-19: The Widowmaker K-19: The Widowmaker 11-04-2024
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La indicación “Inspirado en hechos reales“ no debe tomarse tan al pie de la letra en el mundo del cine, máxime cuando se trata de una producción hollywoodiense.
En este caso, al K-19 nunca se le apodó “El enviudador“, como afirma el personaje del capitán Polenin, sino “Гирошима“ (“Hiroshima“)...

Pero la mayoría de sucesos que con tan exhaustiva precisión detalla el guión de Chris Kyle sí ocurrieron realmente, poco antes de alcanzar la Guerra Fría su punto más tenso a nivel mundial, cuando Eisenhower consideró oportuno preparar la defensa perfecta contra la amenaza soviética instalando misiles balísticos en Turquía cuyos objetivos eran varias ciudades de la Europa del Este. A esta situación de pánico contribuyó el accidente sufrido dentro del submarino nuclear, donde varios hombres perdieron la vida intentando reparar una fuga en la refrigeración del reactor, un caso de terror y coraje enterrado por la vergüenza de los altos mandos soviéticos.
La sra. Kathryn Bigelow quiso contar esta historia ya que, según dijo, se sintió fascinada con el trágico suceso y con la perspectiva que le dio acerca del pueblo ruso lejos de los viles estereotipos esbozados por la sociedad norteamericana. Por desgracia la primera versión del guión, que Harrison Ford, involucrado como productor ejecutivo en el proyecto (muy ocurrente, siendo su madre bielorrusa), mostró a los supervivientes del desastre, fue condenada por insultante (e irónicamente estereotipada). Hechas las modificaciones, desde el principio vemos que lo que busca la directora es narrar la historia desde un punto de vista humanista, y absoluta y peligrosamente ruso.

Esto fue tal vez lo que echó para atrás a un gran sector del público, teniendo en cuenta que el atentado del 11-S estaba aún muy reciente, y una película dedicada a un acontecimiento de la Historia de la U.R.S.S. con un fuerte sentimiento anti-estadounidense (o así lo pensarían muchos) no era lo más adecuado. De ahí el rotundo fracaso de taquilla. Pero ni el guión ni Bigelow exaltan el patriotismo ruso; así el capitán Polenin se queja al recién llegado capitán Vostrikov (álter-egos de los reales Vasily Arkhipov y Nikolai Zateyev) sobre los muchos defectos del submarino que los altos mandos les han obligado poner en funcionamiento, sin tener en consideración los peligros que ello entraña para los hombres.
Hay fuertes posturas políticas y militares, pero los lazos de amistad y cariño entre Polenin y su tripulación son aún mayores. “K-19“, al estilo de “Das Boot“, no habla de soldados o héroes, sino de seres humanos. Y por ellos ya empezamos a sentir un gran temor cuando una serie de infortunios se acumulan sin que aún haya zarpado la nave; aunque jamás la llamaron “Enviudador“ sí que le habría valido ese apodo tras la muerte de varios trabajadores durante su construcción. Una vez a bordo la historia debe atenerse a ciertos arquetipos de esta clase de “thrillers“ navales, y esto elimina tal vez el factor sorpresa...

Porque sabemos que tantos problemas técnicos y desgraciados accidentes llevarán a que el navío sufra uno mayor, y que al caracterizarse al personaje de Ford como un claro negativo del de Liam Neeson damos por supuesto que su rivalidad ocupará el centro del drama, asimismo que provocará la sublevación de algunos hombres; todo ello no sucedió en la realidad, pero algo había que contar mientras crecía la intriga en torno a la fuga en el reactor, que más o menos sucede a mitad de película y es lo que la lleva a situaciones de puro suspense, e incluso de puro terror.
Terror por saber que aquellos pobres hombres iban a bordo de una bomba de 5.000 toneladas bajo las aguas de Groenlandia, que su capitán les expuso a altos niveles de radiación sin la protección adecuada y que, como ferviente patriota, rechazó ayuda de los militares norteamericanos de un carguero que se cruzó en su camino. Terror provocado por la incertidumbre. Muchos de estos personajes pueden caer en el estereotipo, pero Bigelow lo compensa acercándose a sus emociones, reflexiones, miedos, sueños y sentimientos, y cuando uno de ellos cae en servicio de una causa perdida es inevitable verse arrollado por el dolor igual que sus camaradas.

Así que las sorpresas no vienen determinadas en realidad por los sucesos, sino por las reacciones de dichos personajes a ellos y los actos y decisiones que desencadenan. Bigelow sabe hacerte parte de la tripulación y de su miedo, y con mano maestra te encierra en estas atmósferas de sudor, desconfianza, desesperanza, muerte y desolación; y lo hace ateniéndose al clásico estilo del “thriller“ hollywoodiense, por medio de una superproducción, pero sin caer en alardes innecesarios ni trucos efectistas. Su estilo es sobrio, su ritmo intenso pero calculado, nada parece fuera de lugar.
Y aunque quede uno de los peores escollos por superar, y del que las películas “made in U.S.A.“ nunca se cansan, que es el usar actores de habla y nacionalidad inglesa para interpretar a personajes de otros países (¿tan descabellado era emplear a actores rusos para el reparto en su totalidad?), la química demostrada en pantalla permite a uno olvidarse, en especial la de un nativo de Illinois (Ford) y otro de Irlanda del Norte (Neeson) haciéndose pasar por oficiales soviéticos, en un duelo interpretativo inteligente y poderoso, sin desmerecer las actuaciones de secundarios como Sam Redford, Peter Sarsgaard, Don Sumpter o Christian Camargo.

Una lástima que las fechas de realización del proyecto, el que no estuviera respaldado por un gran estudio de Hollywood, o sus momentos con mensajes anti-americanos, jugaran en su contra, porque “K-19“ posee instantes conmovedores y desgarradores.
Al clamor de “¡Por los camaradas!“ en boca de un envejecido Vostrikov, a un servidor, sin necesidad de ser ruso, se le saltaron las lágrimas...


Operacion Ebola Operacion Ebola 11-04-2024
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El tal vez más implacable equipo de soldados de la Historia se enfrenta a su más importante misión. Al menos desde nuestro punto de vista, que los acabamos de conocer.
Un virus mortal, terroristas despiadados, un inmenso arsenal, hombres duros, ¿qué más necesitamos? Ah, es cierto, aparece una mujer...

No estamos ante algo banal, sino ante “Operation “Delta Force“ “, la película que iniciaría una de las sagas menos interesantes de la acción de todos los tiempos. Su creación tuvo que ser la típica operación de Nu Image (algo así como la Cannon de los años “90), cuyo productor, Avi Lerner, pidió a uno de sus directores estrella otro título para los fanáticos, pues era un momento en que el género demandaba mucho; el elegido en cuestión no era otro que Sam Firstenberg, absoluto “genio“ que nos dio cosas como “El Guerrero Americano“, “Cyborg Cop“ y otros simpáticos subproductos por el estilo.
Seguramente fue para seguir rascando el filón de las aventuras de “Delta Force“, cuya 3.ª parte realizó. El caso es que poco necesitamos para intentar disfrutar de esto; y así se demuestra desde ese típico inicio donde conocemos a los personajes en plena faena, sin prólogos ni esas zarandajas. Si sabemos del director que estamos hablando no tendremos problema en aceptarlo, quien además nos brinda unas escenas de acción tan decentes como a veces patéticas con el equipo protagonista, un remedo de Navy Seals, rescatando a unos rehenes de las garras de unos terroristas (o algo así) en un rascacielos.

Pero qué ingenioso que es el guionista, señoras y señores, que nos ha colado una mentira. En realidad todo se trataba de un simulacro. Una presentación muy divertida que da paso a la verdadera trama donde de unas instalaciones del Gobierno unos despiadados terroristas (o algo así también) sudafricanos roban varias muestras de ébola para...pues no sé, para acabar con todos los habitantes del país cuya piel no sea nívea. Despiadados en el sentido más literal de la palabra, porque la masacre que organizan con los doctores y guardias de seguridad es realmente grotesca...
Y allá van nuestros colegas liderados por el capitán Lang (el siempre mediocre Jeff Fahey), quien hace equipo con Tipton (el durísimo Ernie Hudson), un virólogo militar que ya estaba en el complejo (y muy gilipollas, porque destruye el helicóptero de los terroristas antes de esperar a que se subiesen en él...pero claro, si esto llega a pasar no habría película). Y lo que acontece es, básicamente, la cacería por los bonitos páramos sudafricanos. No hay nada más. El guión, escrito a seis manos por mentes brillantes, quiere dárselas de profundo dejando caer subtramas como el rencor que Lang tiene con Tipton por la muerte de su hermano...

Pero esto no sirve para nada. Como veremos, de hecho, los diálogos y las interacciones entre personajes es a lo que menos atención debemos prestar, simplemente porque lo primero es horrendo y lo segundo torpe hasta la náusea; es menester recalcar las continuas quejas de un miembro del equipo hacia una compañera por el mero hecho de ser mujer, y cómo los demás le reprenden. Yo no pedí ésto, pero sucede una y otra vez, porque si algo sabe el sr. Firstenberg es cómo torturar a su espectador.
En realidad “Operation “Delta Force“ “ tiene toda la pinta, en cuestión de guión, desarrollo y personajes, de un episodio de una serie de televisión de principios de los “90; un “rip-off“ de la mencionada “Navy Seals“ o quizás de “The “A“-Team“, y con un argumento que pretende unir con cinta adhesiva los de las entonces recientemente estrenadas “Estallido“, “La Roca“ y “Decisión Crítica“ (cambiando el avión por un tren), y adelantándose de algún modo también a “El Último Patriota“. Mientras, las secuencias de acción son espectacularmente rutinarias, en su línea “B“, y de las actuaciones mejor ni hablamos (¿qué hace aquí Hal Holbrook?)...

De Joe Lara sí, de él hay que hablar y de la “interpretación“ que nos regala de furibundo soldado racista sudafricano, por la que se merece uno o dos Oscars. Lo que pasa con estas películas es que no esperas que te sorprendan con nada y aquí el guión rompe la norma con un giro que ni yo vi venir cuando el mismo equipo se pone en peligro por culpa del virus y el Gobierno le da la espalda.
En este punto es cuando parece que la historia se vuelve realmente entretenida; de todas formas no hay que pedirle peras al olmo a un producto así (bueno sí, que deje de hacer sangrar mis oídos con diálogos tan horripilantes). Lo que realmente me deja perplejo, además del uso de imágenes de archivo para las escenas de vehículos militares, es que una cosa tan mediocre tuviera algún éxito en alguna parte del Mundo como para que los productores decidieran crear una franquicia a partir de ella...


Geronimo, una Leyenda Geronimo, una Leyenda 11-04-2024
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“Hemos oído hablar sobre la traición de los indios. Pobres diablos. Cientos de inocentes, castigados por culpa de unos pocos que fueron engañados y atemorizados para abandonar la reserva junto a Geronimo...pero en traición, robos y matanzas, el indio era un aficionado comparado con el llamado “noble hombre blanco“...“.

Estas palabras fueron escritas por el ya ex-teniente Britton Davis, que vio con sus propios ojos el maltrato a los nativos durante las guerras contra los apaches y que años después decidió escribir sus memorias debido a la repulsión que le producían las afirmaciones de captura por parte del ejército del famoso renegado, y más aún las pobres recreaciones que hacía el cine de él. De nuevo vuelve a la vida gracias al también indomable Walter Hill, nadie mejor para un “western“; y es curioso que, al haber sido estrenado en 1.993, pudiera parecer que intentaba explotar el filón de recientes títulos como “Sin Perdón“, “Wyatt Earp“ o “Bailando con Lobos“, pero el proyecto llevaba gestándose desde varios años atrás...
Proyecto extraño, que empezó con una jugosa oferta de Carolco al director y la responsabilidad quedó en manos de un entregado (por lo menos en un principio) John Milius, quien, por una razón u otra, no quiso terminar su trabajo y acabó reemplazándole Larry Gross, reubicando la fecha histórica de la película, y así la sucesión de eventos y de implicados en ellos acaba un tanto alejada de la realidad. Lo más curioso, o lo más incómodo, a la hora de afrontar “Geronimo“ es que Geronimo no es el protagonista, sino el sr. Davis, por tanto el guión pretende hacer una adaptación de su libro.

Su narración inicia la historia, la desarrolla y la finaliza. Sí, la voz “en off“ de Matt Damon, quien aparece muy jovencito en la piel del entonces teniente, cruza de cabo a rabo el film, recurso torpe, tedioso y que personalmente detesto (tanto más cuanto que nos describe algo que ya hemos visto, que vamos a ver o que estamos viendo en ese mismo instante...). Y dicha historia no empieza, como podríamos creer, con un puñado de soldados dispuestos a salir a cazar al chiricaua, sino con su rendición, una de tantas realmente, no la primera certificada. El mayor fallo está en situar al teniente Charles Gatewood al frente de su captura, y no al general George Crook.
Porque fue él quien le detuvo en Sierra Madre y le condujo a la reserva, sin embargo el Crook interpretado por Gene Hackman ya está esperando en el puesto. Y así en lo sucesivo, puede que se siga una lógica de rendición-sublevación-captura-rendición, pero los detalles que desencadenaron estos acontecimientos se tergiversan para más impacto dramático. Hill filma con esa intención; sirviéndose de la simpleza narrativa, como siempre, construye un Oeste realmente evocador, y sus imágenes, gracias a los bellos paisajes de Utah, Arizona y Tucson, y a los intensos colores que logra el director de fotografía Lloyd Ahern, alcanzan registros casi oníricos.

Su visión de Geronimo (que no es el auténtico protagonista, y eso es una lástima, porque le interpreta el gran Wes Studi, de sangre cherokee) es ambigua; mitificadora a la vez que humanista. Jason Patric, en la piel de Gatewood, quien tenía conocimientos del idioma indio y respetaba y admiraba, ofrece grandes palabras sobre él al joven Davis, se puede decir que incluso enaltece su figura, así es representado por Hill ante la cámara, que lo filma con una inusual fascinación. Pero al oir hablar a Studi comprendemos la sencilla debilidad y furia de un hombre cuyo pueblo ha sido diezmado por conquistadores que les han transportado como pedruscos a un páramo estéril.
Sólo era eso según el veterano explorador y cazador Al Sieber (Robert Duvall de secundario, cuyo destino en la película no tiene nada que ver con el que tuvo su personaje en la realidad, pero está brillante, de todos modos), un hombre, un renegado, un asesino. Un renegado harto de la injusticia y el maltrato que huyó y se dedicó a hacer lo que mejor sabía hacer un indio: acabar con el enemigo y defender su tierra. Pero la huida aquí tampoco se corresponde con la verdad; fue por algo tan simple como la consumición de whiskey, algo ilegal en las reservas, lo que hizo huir a Geronimo acompañado de otros tantos.

Pero claro, el guión evita mostrar a los indios como borrachos (ni esto en pantalla hubiera quedado bien ni a los nativos les hubiera gustado verlo, pero es que la Historia no está a gusto de todos) y utiliza la Batalla de Cibecue Creek, donde fue asesinado un famoso curandero por soldados del ejército. La cacería se narra con el habitual nervio de Hill, su afán por resaltar la belleza de las tierras del Oeste, sus guiños a Eastwood y Peckipah, y su deseo de recordar a Geronimo como todo un guerrero y también un dialogador cuyo objetivo, y no era la paz, sólo era conocer las razones del maltrato y segregación de los de su raza. Pero cuando llega esta pregunta Crook se limita a suspirar y mirar hacia otro lado...
Y es que no había respuesta alguna que pudiese justificar los actos de la caballería; ellos llegaron a un territorio y se apropiaron de él, sencillo, ¿qué respuesta esperaba el ingenuo chiricaua del general? Aunque se perdonan ciertas licencias sobre maquillar la realidad, sigue siendo un fallo el desplazar al indio y centrarse la trama en quienes le persiguieron (más o menos, ¿porque dónde está el explorador Thomas Horn, que bajo las órdenes de Sieber ayudó a localizar el refugio de Geronimo?), y todo contado bajo el punto de vista de un personaje tan poco interesante como Davis.

El director pone emoción, corazón, una gran admiración por el pueblo indio, una importante reflexión sobre la amistad entre diferentes razas, la justicia y la moral...
Pero de nada sirvió. Si ya en taquilla el film fracasó estrepitosamente, otra versión televisiva de la historia se realizó en las mismas fechas y se estrenó poco antes, lo que contribuyó aún más para su condena al ostracismo total.


Doce del Patíbulo 2: La Siguiente Misión Doce del Patíbulo 2: La Siguiente Misión 11-04-2024
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No tienen experiencia militar, ni conocen el significado de la disciplina, ni pertenecen a ninguna patria, ni el destino del Mundo les importa, pues el suyo está próximo a acabarse...
Lee Marvin (que está aquí, escuchando mi perorata): “-Vaya, esto me resulta familiar“.

Es lógico que le resulte familiar, es una historia que ya ha sucedido. Aunque plagiase descaradamente la premisa de “Secreta Invasión“, “Doce del Patíbulo“ se alzó como una de las más aplaudidas películas bélicas de la Historia, un “tour de force“ implacable donde se desmitificaban los códigos del género al tiempo que se rendía tributo a los clásicos de aventuras; la hazaña del mayor Reisman respiraba frescura, aspereza, dureza. El motivo de mi encuentro con el título que nos ocupa fue gracias a (o por culpa de) mi curiosidad por explorar en los extras de la edición especial en DVD de la película de Robert Aldrich.
Para mi sorpresa una secuela se incluía en el segundo disco. Extraño. Una secuela de “Doce del Patíbulo“, tal vez la menos requerida de todos los tiempos, y mi interés en cómo una cosa como esta acabó produciéndose iba descendiendo al tiempo que avanzaba el metraje y mi hígado se convulsionaba. Lee Marvin, envejecido, sin ganas, sin saber muy bien dónde está ni por qué, repite su famoso papel, y Ernest Borgnine le ordena participar en otra misión, idéntica a la de la entrega anterior, que, para concienciar al espectador del nivel de ridículo al que se llega, es ideada por los oficiales del ejército durante un partido de golf.

A partir de aquí, y después de un reclutamiento copiado de la original (aunque entre ellas haya dieciocho años de diferencia sus tramas están separadas por unos meses tan solo), lo que estamos viendo es una especie de parodia. Lo que Aldrich sabía tratar con humor aquí se desbarata en manos de un Andrew McLaglen que pese a situarse en una década donde el cine bélico y de aventuras de corte clásico estaba ya algo obsoleto, él seguía insistiendo con grandes producciones llenas de estrellas. No es el caso. Su torpe dirección se da de bruces con un reparto mediocre hasta la extenuación.
Aldrich acumulaba actores geniales en pantalla interpretando a interesantes personajes y todo fluía a la perfección. McLaglen pone a los viejos y desubicados Marvin, Borgnine y Richard Jaeckel junto a actores jóvenes de medio pelo pésimamente dirigidos, y así, durante su preparación para la misión, el film ha pasado a ser una repulsiva versión bélica de “Loca Academia de Policía“, con Reisman convirtiéndose en el remedo del capitán Harris. Y dicha misión que debe ejecutar esa troupe de idiotas, a quienes se les intenta dar unas intrahistorias bastante típicas, es también de órdago: hay que asesinar a un oficial alemán que quiere asesinar a Hitler; yo, personalmente, no entiendo este embrollo...

Se supone que el objetivo de cualquier nación aliada en aquella 2.ª Guerra Mundial era el canciller alemán...pero el general Worden decide, así porque sí, que éste debe vivir y que el oficial que planea asesinarle debe morir. El guionista, Michael Kane, pensó en algo original y complejo y al final le salió este sinsentido; el director remata la faena con una realización sin estilo alguno, una factura técnica plana y mediocre y un ritmo tediosísimo, dejando caer algunos de los peores diálogos del género bélico que jamás haya escuchado un servidor. Y es que el argumento, que quiere circular rápido pero se estanca sin remedio, utiliza el desvarío como único motor de la acción.
Kane, en las páginas, pretendería hacer humor, pero en pantalla es todo comedia involuntaria, y lo demuestran situaciones tan patéticas como: hacer cruzar a Dregors (claro, antes estaba Jim Brown, y aquí hay que poner a otro actor negro, muy original) frente a un destacamento de soldados alemanes con un vendaje en la cara, que todo el equipo vaya a bordo de un Mercedes por la Francia ocupada o, ya el colmo de los colmos, que en mitad del tiroteo climático con los soldados del führer éstos se pongan a tocar un piano que han encontrado dentro del ferrocarril que habían de asaltar.

Si figurase en los créditos “Dirigido por: Blake Edwards“ aún me creo estas ocurrencias, pero esto no es una comedia, no debe serlo. Ya sufre la película bastante a nivel técnico, visual, interpretativo y narrativo como para además hacerle descender al fango con “gags“ sin gracia.
¿Y el falso giro que quiere dar el protagonista a todo mintiendo acerca de un supuesto cargamento de oro para convencer a su equipo?, ¿y las cuarenta vueltas que da la historia antes de esa conclusión estúpida?, ¿a qué vienen estos enredos? Increíblemente, vayan ustedes a saber la razón, surgirían dos secuelas más para televisión; los perpetradores de tal afrenta deberían haber sido ejecutados como se les prometía a los hombres de Reisman...


El Puente de los Espías El Puente de los Espías 11-04-2024
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Finales de los “50, malos tiempos para ejercer de espía en los EE.UU., o para ser considerado un colaborador de la causa soviética. El pánico nuclear domina a toda una nación y a su gente, lleva a la desconfianza, la sospecha y al odio.
El sr. Spielberg se descuelga por el género del “thriller“ para contarnos una de tantas historias de esta época convulsa...

“Los actos descuidados causan las guerras“, decía Kevin Costner en “Trece Días“. O tal vez “Los pequeños actos“. Es curioso lo cierto de esta afirmación en el transcurso de la Historia. Si el escritor Matt Charman no se hubiera interesado en leer la biografía de John F. Kennedy quizás nunca habría conocido el nombre de James Britt Donovan. Si el padre del director, Arnold Spielberg, no hubiera pertenecido al grupo de norteamericanos que viajaron a la U.R.S.S. para ser canjeados por Francis Powers, derribado cuando sobrevolaba el país en avión-espía, quizás éste no hubiera sentido una verdadera conexión con la historia para aceptar el proyecto.
Y si, en un contexto más amplio, a un vendedor de periódicos de New York no se le hubiese caído y partido la moneda que ocultaba en su interior un microfilm, quizás nunca la habrían relacionado con el agente de la K.G.B. Reino Häyhänen, nunca habría sido detenido por la C.I.A., interrogado por el F.B.I. y caído tras su confesión el otro agente William Fisher (conocido como Rudolf Abel). Y entonces, ligado a esta cadena de acontecimientos, el sr. Donovan no habría sido llamado a defender a Fisher en un acto que era a todas luces un suicidio; pero, asimismo, no habría captado la atención de Kennedy ni sido asignado como negociador diplomático con Fidel Castro durante la crisis de los misiles soviéticos...

Y dicho esto, su nombre no habría entrado a formar de la Historia. Por suerte para algunos, y por desgracia para otros, todo esto sucedió y es lo que Charman recoge en su guión, después algo retocado por los hermanos Coen, y rápidamente adquirido por el director para una de esas superproducciones que tan bien sabe realizar. La música no la compuso John Williams dado su estado de salud, pero Thomas Newman cumple dignamente la responsabilidad y sus melodías aportan una evocadora sensación a las imágenes, que capturan la elegancia del cine clásico tanto a base de una gran sobriedad como de nerviosas secuencias filmadas cámara en mano, tipo Michael Mann.
La trama deja atrás todo lo referente a Häyhänen. ¿Un error? No hay por qué pensar en eso mientras se desarrolla el film, pero tampoco habría estado de más averiguar los hechos que llevaron a Fisher a su detención el 21 de Junio de 1.957. Aquí sólo conocemos su tapadera de artista convenientemente oculto en una sociedad estadounidense sometida a la Caza de Brujas del senador McCarthy y al incremento de armas atómicas como defensa contra la amenaza soviética por la administración Eisenhower. Y el estilo al que se acoge Spielberg es sobrio, “eastwoodiano“, pero captura la atmósfera de gran tensión en ese preciso momento de la Historia.

Hanks es Hanks, ya le conocemos, sabemos qué clase de personajes interpreta, es imposible no simpatizar con él, y su Donovan se construye sobre la honestidad y la auténtica justicia. Hay por ahí críticas furiosas escritas por seres muy inteligentes (no voy a dar sus nombres porque no son tiempos de Caza de Brujas, pero lo podría hacer) que atacan el excesivo patriotismo de la película, la adoración de Spielberg al sentido de la justicia norteamericana mientras, por otro lado, como ya veremos, alemanes y soviéticos son descritos de una manera bastante más despiadada.
Pero, ¿desde cuándo el director glorifica a los EE.UU.? ¿En qué momento y lugar? La prueba para revocar este tremendo error que ha cometido un gran sector del público está en Donovan; los señores del colegio de abogados que le piden defender a Fisher, nada menos que un extranjero ilegal acusado de espionaje, no lo hacen por humanidad ni mucho menos, sino para demostrar al enemigo que es más poderoso que él en cuanto a diplomacia. Punto. A esta especie de burócratas de las leyes no les interesaba la vida de un espía cuyos actos hacían temblar su maravillosamente cínico “american way of life“. A Donovan, para dolor de cabeza de éstos, sí.

En esto se reduce el discurso del guión: en la decisión de un hombre, que actúa siguiendo sus propias convicciones y será acosado por sus compatriotas (en las miradas de rencor y odio que les brindan los pasajeros a Donovan está la verdadera cara de Norteamérica; al final las miradas cambiarán cuando libere a Powers...).
Por eso es en Fisher (a quien da vida un magistral Mark Rylance), también aferrado a su palabra, en quien encuentra un semejante en esta guerra de política y decisiones. Los instantes en que éste y el personaje de Hanks comparten con tanta sinceridad sus emociones son los mejores de toda la película.

Pero este guión, que ni peca de tedioso ni de espeso gracias al humor que dejan los Coen en él, se da de bruces con un obstáculo: y es el pésimo recurso de la sobreexposición, lo que a su vez lleva a una torpe inexactitud histórica. ¿Por qué relatar en paralelo la lucha de Donovan y el entrenamiento de Powers como piloto del U-2? No se comprende muy bien el mostrar estas dos tramas separadas desarrollándose al mismo tiempo, pero cuando Donovan menciona al juez la idea de usar a Fisher como seguro si la U.R.S.S. capturase a un ciudadano ya entendemos la intención. Al ser Powers derribado sobre suelo soviético sabemos que no morirá, que sucederá exactamente lo que acaba de revelar el anterior.
Ni corto ni perezoso Spielberg dice al espectador a la cara qué es lo que va a suceder y después nos lo muestra con imágenes, algo típico de Christopher Nolan, y tal vez todo lo referente al entrenamiento debería eliminarse o por lo menos no contarse al mismo tiempo que la trama de Donovan. Tampoco resulta veraz porque Powers fue capturado en 1.960, cuando Fisher llevaba unos años cumpliendo condena, pero aquí parece que sólo pasaran unos días entre suceso y suceso; y resulta chocante el maltrato a Powers en comparación con la benevolencia de los norteamericanos con Fisher, pero una vez más: esto ocurrió debido a la persistencia de un solo hombre. Allí en la U.R.S.S. no hubo un igual de Donovan.

Y entonces llega la 2.ª parte de la historia y al mismo tiempo la segunda exposición. Ésta tendrá lugar en un Berlín a punto de ser dividido por el muro. Desligado de todo lo anterior se introduce el personaje de Fred Pryor (falsamente; este joven estudiante volvía de Dinamarca y entonces le detuvieron por un error en su pasaporte), quien pudiéramos suponer es el protagonista, pero nada más lejos; aparece después de revelarse que Powers es prisionero de los soviéticos, con lo cual ya sabemos que ahora hay dos norteamericanos cuyas vidas corren peligro, y Donovan, nombrado negociador, se verá contra las cuerdas ante esta elección.
En la situación de captura de Powers, Donovan primero nos lo decía (pero sin querer decirlo) y luego lo veíamos en pantalla. En la situación de Pryor, primero lo vemos en pantalla y luego se lo hace saber a Donovan (y al espectador) el agente de la C.I.A.. De un plumazo se erradica la intriga alrededor de estos acontecimientos, no queda la sensación de sorpresa, pero desde luego tal mala manera de presentarlo no ha podido venir de los Coen; aquí, en términos de ingenio narrativo, Spielberg patina, y con el peligro de caerse de cabeza. El suspense, entonces, empieza cuando vuelve a entrometerse el pobre protagonista...

La evolución del personaje de Hanks es proporcional a la lástima que sentimos por él: todo avanza en su contra, le acorralan en cada rincón, tanto soviéticos como alemanes, nadie se muestra realmente como es y las negociaciones y encuentros se convierten en un terrible guiñol de falsas identidades y máscaras que se niegan a caer.
Pero él continúa infatigable y aquí es cuando realmente se convierte en el reflejo de lo que era Fisher (olvidado a estas alturas): un hombre sin país, al margen de la sociedad, solo. Cuando Donovan negocia insiste en que no representa al Gobierno de EE.UU. (así que, de nuevo...¿dónde está el mensaje ultrapatriótico de Spielberg que tantos atacan?).

Y aunque el film cuenta con dos partes de enfoques diferentes (la 1.ª, un drama judicial; la 2.ª, un “thriller“ político de espías a la antigua usanza), nunca sacrifica el tono, el ritmo ni la sobriedad estética. El clímax, filmado sobre el puente donde sucedió el canje real con Powers, logra una tensión dramática difícil de describir, y la elegante, apagada, fotografía de Janusz Kaminski, contribuye mucho a ello. Si algo ha sabido siempre el director es transmitir emoción con sus imágenes y técnica visual.
Otro aspecto memorable es la química entre Hanks y Rylance; la relación de cordial amistad de sus personajes, quienes encuentran fuerzas para continuar el uno en el otro, resulta creíble y conmovedora. La película fue un exitazo de taquilla, y precisamente es lo que necesitaba este estilo de cine, de aroma clásico, para seguir preservándose y transmitiéndose en estos tristes tiempos de ruidosos “blockbusters“ donde sólo los efectos digitales es lo único que importa...


Mogambo Mogambo 11-04-2024
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Algunos afirman que “mogambo“ significa “pasión“ en el idioma suajili, otros “el más grande“ o “el más fuerte“.
En realidad no significa nada, igual que la obra a la que se dio este término y que me ha transmitido lo que en suajili se conoce como “chuki“, es decir, “sin pasión“, precisamente lo contrario de lo que el título falso sugiere...

Tal vez “Mogambo“ sea el clásico de la era del Hollywood dorado que más irritación y menos fascinación me haya producido nunca. He intentado huir de él, de todo su cínico oropel, de su tedio, de su frivolidad, pero era incapaz pues estaba atrapado entre los majestuosos paisajes del continente africano que había filmado John Ford sin ganas, sin interés y, de nuevo, sin pasión. Atrapado como los pobres actores que participaron en este despropósito cuyos hechos tras la cámara fueron mucho más emocionantes que los ocurridos delante de ella. Y la falta de pasión empieza desde su gestación.
Porque sólo fue un “remake“ del gran melodrama del Hollywood pre-Código de censura “Tierra de Pasión“, de Fleming, gran idea de los estudios MGM, que quisieron repetir el éxito de un triángulo amoroso en localizaciones exóticas (y África estaba de moda entonces gracias a “Las Minas del rey Salomón“, “Las Nieves del Kilimanjaro“ o “La Reina de África“). ¿Pero por qué usar al mismo actor en el mismo papel dos décadas después? Pues vaya, en lugar de elegir a Stewart Granger, Clark Gable volvía a hacer de sí mismo con otro nombre (Marswell por Carson) y pasando de ser el propietario de una plantación de Caucho de Vietnam al dueño de un safari.

Que Ford sabe rodar en entornos naturales y concederles una fuerza sobrenatural lo sabe todo el mundo. Pero aquí las tierras de Kenia, Uganda o el Congo están totalmente desaprovechadas; las primeras escenas presentan a Gable en su ambiente, la masculinidad en su más pura esencia (a pesar de que era un cobarde lleno de complejos y con secuelas por su alcoholismo). Entonces llega Ava Gardner, cuya Kelly quiere reemplazar a la Vantine que en la versión original interpretaba Jean Harlow...y la antes prostituta huida de Saigón ahora es una furcia lenguaraz que ha sido plantada por un huésped millonario del safari, ya de vuelta en su país.
La mojigatería del Hollywood de los “50 “dulcifica“ la sensualidad de Kelly en comparación con la de Vantine, si bien sigue prevaleciendo su carácter rudo y agresivo (hasta ser casi un doble femenino de Marswell). La frescura de Harlow y la exhibición de sexualidad que permitía el Hollywood pre-Código eran únicos; pero Gardner (soportando malamente el embarazo de su odiado marido Frank Sinatra, y el maltrato del tiránico director) queda ridiculizada por el guión de John Mahin, y se convierte en una mala pécora propensa a los accidentes, acercándose así el film a la comedia “screwball“ de antaño.

Yo esperaba ver África y a los personajes viviendo aventuras y en su lugar mi estómago se arrugó presenciando esas guerras de sexos tan llenas de bruscos cambios de humor y estúpidos y bochornosos diálogos, a lo que sigue el mismo error que cometía la obra de Fleming: introducir a una segunda mujer en el juego y desplazar a la magnética protagonista. La Barbara de Mary Astor se llama Linda y llega con el bellísimo rostro de Grace Kelly (en la vida real tanto o más ligera de cascos de lo que era Gardner, aunque en pantalla sugiriera lo contrario). Y sucede la misma situación.
El matrimonio llega al safari, el marido cae enfermo y deja el campo libre al macho alfa, que tendrá que debatir su hombría entre las dos féminas, ambas muy dominantes aunque Gardner lo exprese más abiertamente. Y Fin. Mientras la relación de Carson y Barbara era explícita, la de Marswell y Linda debe afrontar las sugerencias y las sutilezas, y entre ellos no se desata la misma pasión; Fleming conseguía con sus lluvias torrenciales un símil de la tensión que bullía entre el trío protagonista, pero el calor sofocante de África no se refleja de igual forma en los celos y las pasiones que poco a poco se supone que se desatan. Aunque no sé si algo se desata.

Esta atmósfera carece del mismo poder. No hay calor, sólo frialdad. La supuesta “pasión“ entre la “angelical“ Barbara y un Gable que se autoparodia a través de este clásico tiparraco que a veces es cortés y coqueto y otras duro y fanfarrón (¿qué espera el espectador de un hombre aislado en el panorama africano y sin mujer que catar alrededor?) no me transmite nada de nada, y poco ayuda que Gardner, relegada cruelmente a segundo plano, se dedique a comportarse cual niñata celosa dejando caer sardónicas frases de doble intención mientras todos se lanzan miradas de vergüenza ajena.
Así me sentía: asombrado, asqueado ante el cúmulo de imbecilidades que se hacían y decían frente a mis ojos, llevando a estos grandes actores a los excesos más repugnantes del melodrama; y África queda atrás (aunque salga casi al final un tramo ocupado por indígenas sublevados), igual que Gardner, la única que debería existir; Kelly es un estorbo, no hace nada, no es interesante, sólo entorpece a la anterior y provoca su humillación. Ford cuenta con todos los elementos para un gran film: bellas localizaciones, la posibilidad de peligrosas aventuras, Gable, Gardner, Kelly...y todo se desperdicia, ¿cómo es posible tan torpe hazaña?

Y de fondo: problemas con la climatología, con una tribu en particular que se dispuso a atacar al equipo, la Gardner viajando a Inglaterra para abortar, Kelly sofocada porque Gable la dejó plantada después de beneficiársela, y a su vez éste con infección de encías, un accidente de coche que acabó con la vida de varios miembros del equipo...
Es un milagro que esta película lograra finalizar (una desgracia en mi caso), e incluso terminó siendo un éxito de taquilla, pese a cargarse a Kelly privándola de un último gesto de rebeldía y dignidad femenina (igual sucedía con Vantine). Es que hasta en sus últimos instantes “Mogambo“ es una patraña infumable...


Spy Game: Juegos de Espías Spy Game: Juegos de Espías 11-04-2024
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Michael Beckner, autor y guionista, es un amante del excitante universo de los espías, en especial el creado por David John Cornwell (o John LeCarré), y estaba en preparación de un libro cuando llegó la idea de convertirlo en guión cinematográfico, un proceso lento y que llevó la historia original a muchas modificaciones, y un paso importante que incluía negociaciones con Universal para tener de protagonistas a Paul Newman y Robert Redford, pero esto nunca llegó a suceder.

Con éste a bordo, y con el paso del tiempo, el proyecto fue a Brad Pitt, con quien había trabajado en calidad de director, y a Tony Scott de rebote, y sin embargo parecía totalmente hecho para él, y más después de introducirse en el género de las conspiraciones y el espionaje con “Enemigo Público“ (el veterano Gene Hackman y el joven Will Smith por Redford y Pitt). A ritmo de vértigo, como es su costumbre, nos lleva a las entrañas de una prisión en Suzhou, y de la mano de Pitt, que se infiltra con habilidad para rescatar a una mujer y después de algunas situaciones de violencia y tensión la operación acaba siendo un auténtico fracaso.
Una de esas introducciones que impactan, perfecta para un “thriller“ de este calibre, y donde además ya deja patente el estilo, no sólo de todo el film, sino el que ha ido adoptando el director desde finales de los “90; y en “Spy Game“ se consolida, por desgracia, porque estamos ante un Scott muy “michaelbayzado“. A partir de aquí se incrementará la velocidad de los cortes en su cine, los movimientos de cámara dejarán de ser dinámicos para ser mareantes y se apegará a los avances digitales para bombardearnos con millones de filtros de imagen. Adiós a sus panorámicas urbanas bañadas en intensos colores naranjas, a las que nos tenía tan acostumbrados en la década anterior...

De todos modos sabe compaginar ese lado trepidante con un tono más sobrio, más contenido, que es el encarnado por Redford, aquí un miembro de la C.I.A. (Muir) que se lleva un disgusto en su último día en la agencia: su aprendiz, ahora renegado, Tom, es preso de los chinos. El estilo contrasta con la época en que nos sitúan, 1.991, cuando las altas tecnologías en móviles y ordenadores no existían; pero Scott la recrea con una modernidad inusual gracias a sus cortes, su ritmo, su nervio. Y más atrás nos iremos, este es el secreto del guión de Beckner que ha retocado David Arata...en mi opinión quizás no el mejor.
Porque cuando llega Redford, imponente, a esa sala atestada de tipejos de caras detestables pero muy elegantes podemos intuir todo un duelo de inteligencia entre ellos y él cuyo objetivo sea liberar a Tom (y es que aquí no hay otro objetivo). Empieza entonces, con micrófonos, dossiers secretos, miradas de sospecha y más elemento del clásico catálogo del “thriller“ de espionaje, un interrogatorio al personaje que resulta que no tiene nada que ver con el problema actual, sino con las experiencias que él y Tom han vivido juntos desde que se conocieron en Vietnam durante una misión de alto riesgo.

Increíble es que nadie en el departamento de maquillaje se tomara más tiempo para disimular el paso de los años en los rostros de ambos actores, pero aún más increíble es saber que nada de lo narrado por Muir revele una conexión, por pequeña que sea, con la captura de su aprendiz. Y así va moviéndose la pseudotrama, un corta y pega de docenas de relatos de espías que ya hemos visto en otras películas o libros, una recopilación de sucesos que nos arrastran de Vietnam a Berlín, y de Berlín a Beirut en los más recientes “80. El “juego de espionaje“ del título alude a los intentos de los hábiles “entrevistadores“ de Muir para cortar su relación con Tom, inculparle y dejar que sea ejecutado.
Manteniendo una relación casi padre-hijo, Redford es un mentor endurecido en un trabajo atroz hasta el punto de mostrarse despiadado con Tom, aún incapaz de comprender las maniobras de sus jefes y aliados. Scott maneja de forma interesante los filtros para dar a cada lugar y época una personalidad propia, y bajo los colores grisáceos de un Beirut en guerra se introduce el típico romance que nunca puede faltar en su cine; la magnética Catherine McCormack resulta creíble gracias a un personaje (Elizabeth) más misterioso y profundo de lo que pudiéramos pensar en un principio.

No es preciso estudiar en la C.I.A. para saber que esta pasión peligrosa entre ella y Tom es el motivo que desencadenará la situación principal del film. O lo que parece serlo; en eso se debería centrar el guión, que desperdicia la jugosa oportunidad de tener a Redford luchando a contrarreloj para salvar la vida de su aprendiz-hijo usando su ingenio contra los agentes chinos, contra los suyos y contra quien haga falta. En lugar de eso recorremos las memorias de un veterano; sí, también recorremos la relación entre los protagonistas y el “flashback“ de Beirut es (el único) necesario, pero el término del viaje no satisface como es debido. ¿Y por qué?
Porque si ya hemos visto a Muir resolviendo situaciones comprometidas a base de llamadas y convenciendo a otros individuos, esto y nada más (y tampoco hay que dar clases de espionaje para saberlo) podría hacer falta para asegurarse de que el jovencito salga sano y salvo (con quince huesos rotos, eso sí). Decepcionante que mientras los minutos del plazo corren y corren sigan interviniendo millones de personajes que no sabemos quiénes son (como ya ha sucedido por medio de los “flashbacks“) ni se nos explica de dónde demonios han llegado (incluso el ejército aparece...¡¿pero por qué y cómo?!).

Un sinsentido absoluto que acaba antes de empezar y deja a esta carísima coproducción internacional en un “thriller“ intenso, visualmente poderoso, pero desaprovechadísimo...
También fue un éxito de taquilla (a eso sí que se llega sin haber trabajado en la C.I.A.).


Guerreros del Cielo y la Tierra Guerreros del Cielo y la Tierra 11-04-2024
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Tiempos de guerra y de héroes, de batallas y conquistas.
Allí quiere mandarnos el sr. He Ping, atravesando la legendaria Ruta de la Seda junto a dos guerreros para proteger un tesoro de valor incalculable de las imprevistas amenazas...

Observando los títulos que alimentaban el género histórico, de aventuras y fantasía al cine oriental durante los finales de los “90 y principios del 2.000, algunos de fama internacional como “A Man called Hero“, “Musa“, “Crouching Tiger, Hidden Dragon“ o “Hero“, uno pensaría que Ping quiso aprovecharse cuando decidió salir de su retiro de la dirección para ejercer de productor, que se extendía ya durante ocho años, y nada más lejos. Según dijo este proyecto llevaba tomando forma en su mente desde hacía dos décadas, pero nunca tuvo la oportunidad de desarrollarlo.
La fuente de origen está en la épica novela “Dà Táng xiyù Jì“, donde el monje erudito Xuan Zang describía a modo de diario su histórico peregrinaje desde la antigua capital de China, Chang“an, atravesando los remotos territorios occidentales hasta llegar a la India y su regreso, pese a las prohibiciones de los altos mandos de la dinastía Tang de abandonar el país. Y esos territorios estaban dentro de la tradicional Ruta de la Seda, lugar en el cual el director sitúa su aventura, cuya larga, accidentada y costosa producción fue financiada por Columbia (ya que él era el presidente de la filial asiática de la compañía, establecida en Beijing...).

Lo primero que sobresale en “Tiandì Yingxióng“, iniciada con una pequeña clase histórica sobre el periodo en el que se ubica la trama, de orígenes auténticos pero diluida en la fantasía, es la pretensión, efectivamente, de gran producción histórico-épica, en la mejor tradición del género. La narración la provee la entonces jovencita pero ya muy popular cantante y actriz Zhao Wei, haciéndonos suponer que su papel va a tener cierto peso aquí; ella sitúa a los dos protagonistas ante nosotros: el antiguo soldado y ahora fugitivo Li y el oficial de los Tang, Lai Qi.
Recurso algo pobre este “flashback“ narrado tan tediosamente para comenzar, pero tenemos al gran actor y director Xiao-Jun Jiang y al japonés Kiichi Nakai enfrentados en la típica aventura de persecución, las localizaciones por las que pasa Ping y su equipo son bastante espectaculares y se profundiza en el carácter y pasado de los dos protagonistas. El guión no lo hace del todo mal...hasta que éstos se cruzan después de que una tormenta de arena digital (y mal hecha hasta decir basta) casi aniquile una caravana que se dirige a la capital portando una valiosa carga (e introduciendo de paso en ella al monje Xuan Zang, aquí encarnado por la actriz Zhou Yun).

Pero no es que sólo chirríe la forma de evolucionar estos eventos (la lucha entre Qi y Li, con los toques “wuxia“, para acabar en tregua, no se sabe muy bien por qué; la inclusión del típico villano de estas películas (An) que a nadie le importa, que sólo ambiciona poder y cuya única función es molestar a los demás...), sino todo alrededor. Ping habló del gran esfuerzo de su equipo durante el rodaje, del empeño de los diferentes talentos aquí reunidos con el fin de lograr un producto de calidad para el género...pero tal vez vi otra película o los bostezos que iba acumulando mientras avanzaba el metraje me impidieron prestar atención a los detalles...porque yo no aprecié casi nada en pantalla.
Pese a los atractivos escenarios y ese supuesto “esfuerzo“, el tono que despide “Tiandì Yingxióng“ es de pura serie “B“; su diseño de producción, su (en apariencia) barato vestuario, su fotografía plana, carente de atractivo visual (y eso que detrás se halla el experto Zhao Fei), su factura televisiva de baja estofa, sus torpes efectos especiales. Jamás se diría que esto es una producción cinematográfica de Columbia, sino el piloto de una serie encargado a alguna compañía local; y ello repercute en los virajes del argumento, cargado de clichés y estereotipos (sobre todo el oficial obcecado en acabar con el renegado, pero vuelto su aliado por las circunstancias...).

Al igual que las aburridas secuencias de acción, cuanto más progresa el argumento menos sorprendente se revela, más innecesaria se hace la presencia de algunos personajes (si la del guerrero An (un sobreactuado y repelente Xue-Qi Wang) no tiene cabida más allá de fastidiar todo el rato, la de Wei es ya todo un enigma; básicamente está ahí para que admiremos su belleza y punto, porque casi no habla) y más desvaríos incoherentes se unen, siendo la cúspide de ello el descubrimiento del fantástico tesoro que porta el monje a poco menos de mitad de película. La primera señal de derrumbe.
Algo que debería permanecer oculto cual “macguffin“ se expone como si tal cosa (y la vergüenza ajena que produce es indescriptible; equipo de efectos, revisen su trabajo, por favor). El desplome absoluto se da tras escapar los protagonistas de los asesinos de An y permanecer en el desierto a la espera de algo que nunca supe muy bien qué era; este tramo es un raro “impasse“ en la historia que se hace eternísimo, sazonado de unos diálogos y actuaciones horrorosos. Es la calma que precede a la tormenta...sin embargo no está jalonada de impresionantes secuencias de combate, sino de escenas de acción mediocres y aburridas, planas, sin estilo, sin impacto, sin belleza. Una decepción.

Y para rematar un clímax que quiere ser épico y termina como una de las tonterías más ridículas y anticlimáticas que he visto en mucho tiempo, y que de hecho generó bastante disgusto en el público durante su estreno...pero Ping mantuvo, con un par de narices, que fue el público quien no comprendía su intención. Toma castaña.
Es más, defendió a hierro su obra contra los muchos detractores que tuvo e incluso luchó para que fuera admitida en competición por el Oscar a Mejor Película Extranjera. Esto nunca se materializó, claro, el fracaso de taquilla fue más que suficiente; su intención tal vez era buena, pero no el resultado.


The Rocking Horsemen The Rocking Horsemen 24-03-2024
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Las palabras del joven Takeyoshi no pueden ser más honestas. Cuando el característico “riff“ de “Pipeline“ llega a sus oídos todo su cuerpo se siente como recién atravesado por una descarga eléctrica.
El poder de la música guiará desde entonces todas las experiencias de su juventud...

Entiendo perfectamente esa descarga. Como amante de la música y habiendo formado también, en mis años de instituto, un grupo de “rock“, la historia de Takeyoshi, Seichi, Fujio y Takumi es de las que irremediablemente sacuden mi corazón. Naoaki Tsutahara, sin embargo, nunca tuvo esa suerte, se tuvo que contentar con ver a sus amigos alcanzando la gloria como músicos y enamorando a todas las chicas; en “Seishun “Den-deke-deke-deke“ “ pudo zanjar esa cuenta con el pasado al imaginar una historia donde él se convertía en el protagonista y en la estrella de la música de su ciudad natal, Kanonji.
La novela, que superaba las 700 páginas, se publicó a comienzos de 1.991 y terminó siendo el mayor éxito literario del año; con el aplauso de los lectores y varios galardones, la versión cinematográfica era algo que no tardó en aparecer. Qué diferente hubiera sido si Masahiro Shinoda llega a tomar los mandos del proyecto, como se pensó en un principio, pero el productor Hideo Sasai, antes incluso de ser comunicado a Nobuhiko Obayashi, ya sugirió su nombre al autor, cosa que le encantó porque era fan de sus películas. Y nadie salvo él, fanático del “rock“ y experto en las historias juveniles, podría haber adaptado la obra manteniéndose tan fiel a su espíritu.

De hecho trabajó en el rodaje utilizando el libro de referencia, y aunque algunos personajes se eliminaron o redujeron (habría sido imposible trasladar tantas páginas sin superar las 5 horas de metraje) casi todo estaba en su sitio. Yasufumi Hayashi, recurrente del universo “obayashiano“, quien estaba a punto de dejar la carrera de actor para estudiar economía, da cuerpo y alma a Takeyoshi, y una vez más el director nos adentra en el ambiente escolar, dejando que la espontaneidad dirija el tono de la historia. Y esto lo consigue gracias a que adopta un estilo muy lejos de la sobriedad poética tan particular de su Trilogía Onomichi; no, ahora se decanta casi por la ficción documental.
Al estar narrada la novela en primera persona, aquí el protagonista expresa sus sentimientos ante la cámara, o bien se plasman sus fantasías e ilusiones, por lo que parece el formato adecuado, más o menos. Pero al situarse la acción en una ciudad pequeña y con ese aire nostálgico que desprendía la mencionada Trilogía, surgen las dudas; seguimos de cerca a Takeyoshi, y su realidad, a menudo atravesada por los clásicos delirios del cineasta, se nos presenta clara y directamente, cámara en mano, y la trama, iniciada por el amor incondicional a la música y una devoción espiritual por el ambiente de rebeldía único de los años “60, no presenta complejas intrigas, ni dramas, ni dificultades.

Takeyoshi se ha enamorado de los Ventures y quiere formar un grupo, conoce a Seichi, y después llegarán Fujio y Takumi, y básicamente se nos narra todo el proceso, desde que deciden unirse hasta su gran actuación en directo. Es una historia bendecida con la más pura sencillez, ingenuidad y calidez, sin aparecer tragedias ni fatalidades de por medio, tan ligadas a los artistas de “rock“. Y a lo largo del proceso se describe a los individuos que rodean al cuarteto; sus familiares, sus amigos, sus profesores, todos siendo una parte esencial de la creación de su banda, los Rocking Horsemen, todos formando un fresco humano realmente entrañable.
Tsutahara pudo sentir que el maravilloso universo de Kanonji que había creado Obayashi era exactamente el que él recordaba en su juventud. Si acaso los momentos que se desvían un poco de la comedia para instalarse en el melodrama son los de los romances fallidos de algunos protagonistas, un recurso de la novela al que también ha sido fiel el director: esos personajes femeninos se presentan, viven cortas experiencias con los chicos y desaparecen, no sin informarnos Takeyoshi antes sobre qué les terminó sucediendo en sus vidas. Son pasajes que en las páginas tal vez queden bien...pero en pantalla parece extraño y da pie a una narrativa irregular.

Una de las grandes bazas de la película es algo que también distingue al cine de Obayashi: la química blindada de sus actores, la naturalidad de sus interpretaciones y diálogos, capturados en una primera toma sin ensayos previos. Hayashi, que desde los días de “The Drifting Classroom“ ha mejorado bastante, Tadanobu Asano, Taketoshi Nagahori y Yoshiyuki Omori resultan perfectamente creíbles y carismáticos; no obstante es este último, en su papel del descarado, lenguaraz y manipulador Fujio, quien acapara la atención sobre el resto, independientemente de que Hayashi sea el protagonista de la historia.
Algo en lo que sí debería haberse preocupado el guión es en tratar como es debido al personaje de Tomoto, posible amor de Takeyoshi, quien goza de más desarrollo en la novela, donde sabemos que termina haciéndose amiga de Yuriko y Katsuko. En la película ella surge de la nada, como por arte de magia, así que pareciera que el día de playa que comparte con él es sólo un bonito sueño. Y aquí no se llega a cruzar la barrera del drama, a pesar de exhalar el dulce y melancólico aroma de la nostalgia casi en cada secuencia y plano.

Esto se refuerza por el uso de cámaras de 16mm. y las localizaciones de la hermosa Kanonji figurando aquella lejana década de los “60 en que la modernidad se estaba introduciendo en el Japón más profundo y tradicional.
Sorprendiendo a público y crítica, es, si bien no recordada como se merece, una de las obras maestras del director y así de la época; emocionante, cautivadora e ingeniosa de principio a fin.


7 Weeks 7 Weeks 22-03-2024
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La historia de una persona nace en un lugar y muere en el lugar de otra. La naturaleza es constante. El mundo se mueve y nosotros también. Una decisión, un pensamiento, una mirada, afecta a otra años después...o tal vez años antes.
El viento mece los árboles de Ashibetsu, la nieve cae, la primavera llega, las almas deambulan y cantan...

La historia de una vida hecha realidad. La promesa de toda una vida llevada a la pantalla. Está bastante claro que algo tan especial como “No no 7 Nano ka“ debe gestarse a partir de una situación muy especial; de hecho Nobuhiko Obayashi nos lo cuenta nada más empezar, dedicada a la memoria de Hyoji Suzuki, que admiraba al director desde la infancia y su deseo era que, conociendo su afición por filmar grandes historias humanas en ciudades y pueblos remotos, también hiciera lo mismo en su Ashibetsu natal, cuyos paisajes inusualmente bellos se hallan en la lejana Hokkaido...
Tras abrir la escuela de cine local sus puertas el mismo Obayashi visitó la ciudad y pensó en posibles escenarios para una futura producción. Por desgracia un cáncer de páncreas acabó con la vida de Suzuki a los 36 años. Seguiría pasando el tiempo y el de Onomichi continuaría con otras ocupaciones hasta que decidió que había llegado el momento de honrar su memoria; por eso esta película se convirtió en un gran esfuerzo colectivo de los habitantes de Ashibetsu, y el director pensó en una gran historia que tratase precisamente de este lugar, de sus gentes, de los sentimientos y las fatalidades arraigadas a la tierra, arraigadas a los corazones de todos los que vivieron o pasaron por allí alguna vez.

Una banda atraviesa de cabo a rabo la película, figurando los espíritus que se fueron, y que siguen vagando por aquellos parajes, de primavera a invierno, interpretando una pieza conmovedora. El suceso que abre esta historia dividida en capítulos es el mismo que dio pie a todo el proyecto: una muerte, en este caso la de un anciano, Mitsuo Suzuki, dedicado durante décadas a la medicina, respetado por todos y reciclado en propietario de un “almacén cultural“ tras su retiro; su nieta Kanna le ayuda y es la primera en encontrarle, y a partir de aquí comienza el reencuentro de los miembros de la familia.
El mayor problema de “No no 7 Nano ka“ es su forma. Obayashi, en lugar de realizar un drama de planos estáticos, de estilo sobrio y poético y de largos silencios, como otras tantas veces, se decanta por la inmediatez documental, la cámara en mano, el movimiento constante, incluso nervioso, acercándose, por ejemplo, al cine de Sion Sono, y esto en absoluto encaja con el tono de la historia. Los rápidos planos no son más que un obstáculo en una película donde la expresión de los personajes y sobre todo el diálogo, que se acumula sin cesar en conversaciones interminables, es lo fundamental.

Superada esta barrera (y es algo muy difícil), hay que dejarse llevar por el drama que se le acaba de presentar a la familia Suzuki. El amplio reparto se compone de actores que se meten a conciencia en la piel de sus personajes; Yutaka Matsushige, Saki Terashima, Shunsuke Kubozuka, Takako Tokiwa o Tokie Hidari tuvieron que aprender de Obayashi el arte de no ensayar y entregarse al máximo en la primera toma. Su razón es “comprender el caos e interiorizarlo“, y es que desde el desastre de Fukushima nada ha sido igual ni para su cine ni para él, igual que para el resto de Japón.
Es realmente interesante como, a partir del método de la ficción documental, donde lo que lo distingue es la exposición realista, consiga crear (de igual modo a la muy anterior “Riyu“) una intriga llena de secretos y misterios que irán desvelándose por medio de cada interacción, diálogo, monólogo, reflexión, o haciendo uso del “flashback“ y las multiperspectivas. Al director le gusta acercarse a las personas y conocerlas, escucharlas y viajar a lo más profundo de sus psiques y corazones, y puede ser que aquí lo evidencie mejor que nunca, porque, aun destacando cuatro personajes (femeninos) por encima del resto, la trama se nutre de un gran cuadro humano colectivo.

Hermanos, tíos, abuelos y nietos, padres e hijos, amigos, allegados, simples conocidos del pueblo, todos se juntan en el funeral a Mitsuo, y de las historias puramente íntimas, humanas, Obayashi, como jugando con una figura origami, permite a los personajes abrirse y llegar a exponerse la historia de todo un pueblo, poco a poco de todo un país, y finalmente de la misma Historia de Japón, a través de recuerdos de unas guerras que a todos afectaron, y que conectan con desastres mucho más recientes.
La joven Kasane es incapaz de entender a los ancianos que comentan sus días de juventud luchando contra los rusos, pero sí lo que significa perderlo todo debido a lo ocurrido en Fukushima; una generación y otra se unen en la fatalidad.

Ella es una de las cuatro mujeres que hacen avanzar la trama. Las otras tres son Kanna, Nobuko y (viajando al pasado del mismo Mitsuo) Ayano. La segunda, asistente del finado, en cuya vida investigamos de cuando en cuando, es una especie de extraña en la familia, una mujer que ejerció de madre sustitutiva para Kanna y su hermano Akito, amante anhelada, dulce aprendiz, también descubriremos sus relaciones con otros miembros de los Suzuki. La tercera ocupa el mejor segmento del film, y que a su vez se convierte en una de las cosas más emocionantes y asombrosas que haya filmado Obayashi en su carrera.
Y esto es el pasado de Mitsuo. Todo ello reunido en el capítulo 13 (llamado simplemente “1.945“). Abandonamos la Ashibetsu del presente y volvemos a cuando el doctor era un joven idealista; Shusaku Uchida le interpreta de manera magistral. La relación entre él y Ono y el amor que sienten por la preciosa Ayano; días de juventud y charlas sobre la familia, el futuro, los sentimientos, los autores y el arte, que se ven interrumpidos por los horrores de la guerra. La realidad se fragmenta, todo forma parte de un mismo escenario, el onirismo “obayashiano“ se presta a un sorprendente riesgo formal, los tiempos se mezclan, el doctor, ya anciano, participa en las conversaciones entre su doble del pasado y sus queridos amigos...

Sobresale su punto de vista (que no es otro que el del cineasta), incapaz de concebir el arte encerrado entre líneas, entre espacios limitados. Ya que el alma y el corazón forman parte del mundo humano, es imposible delimitar el arte así como la vida, precisamente lo que guerra quiere: crear barreras. Todo debe ser caos, carne y sangre, pero Ono acaba dibujando un retrato de Ayano. Falso, irreal. Los celos, ideales, la tragedia y los sueños se enfrentan a lo largo de un clímax sobrecogedor, con la chica cayendo víctima de los soldados rusos y Mitsuo condenándose para siempre al verse obligado a sacrificarla.
Por fin, los grandes enigmas que encerraban esos elementos clave que, también como es costumbre en las obras del director, unían a todos los personajes a través del tiempo, se revelan: las 2:46 en todos los relojes, hora de muerte, hora en que acabó de respirar Ayano, igual que Mitsuo; el resguardo del dinero que Ono dejó en el banco, previamente descubierto por Kanna y Nobuko; la amargura del café de Mitsuo que comparten las tres mujeres en diferentes décadas; el libro de poemas que pasa de mano en mano abriendo un mundo de sentimientos a quien lo lea; y por supuesto el retrato de Ayano, el deseo de desnudarla que ocultaba Mitsuo, y que acabó logrando con Nobuko...

El alcance del drama humano y los sentimientos compartidos es absoluto y pleno. Lo restante son las reflexiones finales entre los familiares, sobre los vastos campos del monte Pankehoronai. Con los misterios resueltos y las heridas del pasado cerradas las almas pueden continuar tranquilas su recorrido. Mitsuo y Ono se preguntan por la desaparición de la querida Ayano.
Se trata de una comunión total entre los individuos más allá de la vida y la muerte, las generaciones del presente, el pasado y el futuro, la tierra y el mundo de los espíritus...

Es el mayor homenaje que una ciudad y una persona podían recibir jamás en el cine. Obayashi y sus colaboradores, prácticamente sin medios y con un presupuesto insignificante, lo dan todo, nos brindan una tremenda experiencia, por lo que cuenta, por lo que pretende, por lo que significa.
Que sobreviva el arte, el amor y la familia y acaben los secretos, el dolor y las guerras, que se nos quede el perfume de las aguas del Sorachi en los pulmones. Lo único que pesa sobre “No no 7 Nano ka“ es...que termina siendo tan fascinante como agotadora...


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